sábado, 23 de junio de 2012

¿Quien teme a Virginia Wolff? ****

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Autor: Edward Albee. 
Intérpretes: Nuria Espert, Adolfo Marsillach,
Pep Muné, Marta Fernández-Muro.
Escenografía y vestuario: Alfonso Barajas.
Dirección y adaptación: Adolfo Marsillach.
Teatro: Albéniz. (17.2.2000)
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Crueles verdades, crueles mentiras
Fuera de la mansión del matrimonio, que forman Marta y Jorge, se encuentra la plácida sociedad que el propio autor, Edward Albee, llamó el sueño americano. Una ordenada universidad en la que él es profesor de Historia, y cuya y su esposa es la hija del Rector. Dentro de la casa, asistimos a la ceremonia del odio y del desamor, de la frustración y la carencia de estímulos para seguir viviendo. Porque ese mundo, gobernado con la misma filosofía -o política-, es la que regentan unos grandes almacenes +, incapaces de procurar la satisfacción

    Hay que buscar un aliciente diario para seguir viviendo, y es lo que hacen cada fin de semana Jorge y Marta, tras treinta años de matrimonio. Han encontrado, entre el alcohol y la mentira, una forma de subsistencia, una manera de continuar viviendo. Su opción ha sido la agresividad fingida, las continuas mentiras, el insulto cada vez más cruel, la provocación a los celos, la humillación continua. El enfrentamiento, bronco y despiadado de los dos personajes, que utilizan; además, a dos jóvenes frágiles como comparsas de su juego, proporcionan -teatralmente hablando-, una tensión singularmente dramática; y precisa, además, de intérpretes formidables.
    Se asiste a esta función para ver al clásico norteamericano, claro está, pero no es menor el atractivo de ver a dos grandes de nuestra escena, frente a frente, haciendo sus respectivas lecciones magistrales, casi la exhibición actoral.  
    Nuria Espert y Adolfo Marsillach pertenecen a la escuela de la sabiduría teatral, y sus respectivas personalidades, muy fuertes en ambos casos, otorgan a los personajes una extraña riqueza: el juego de verdad-fingimiento, se une a esa forma característica, el hacer una especie de sublimación portentosa; la mentira que resulta  ser el verdadero escenario. El espectáculo se degusta con asombroso deleite, y se sabe, a cada momento, y en cada escena, que lo que se contempla es una experiencia difícil de repetir; una recuperación del viejo arte del autor, de los cómicos, del sentido más lúdico e inteligente del teatro. Estamos, sin la menor duda, ante uno de esos espectáculos para la memoria. A mi acompañante le gustaba más la seducción de Espert; a mí, la mirada socarrona y los tonos de Marsillach, pero después de hablar un rato nos dimos cuenta de que ambos habíamos apreciado en los dos, eso que muchas veces frívolamente los  llamamos genialidad.
     Un espacio escénico impecable, una dirección sabia, de cronometrado clímax, la excelente iluminación, y una sonorización perfecta en el difícil  teatro Albéniz. Ha hecho Marsillach la adaptación, cortando algo el texto, lo cual no es seguro que haya sido una buena idea. Dudo si algunos elementos del original, como la trampa que ella urde al invitar a la joven pareja, o la ficción del hijo inventado. Ah, la joven pareja: la hacen Pep Muné y Marta Fernández Muro, están estupendos, ella en especial, que sabe estar en escena con mucha vida en los largos silencios, y llena el espacio con elocuente presencia. Se aplaudió la noche del estreno oficial muchísimo, y es casi seguro que lo anteriormente dicho sobre el acontecimiento para el recuerdo; lo sabíamos todos.
Enrique Centeno

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