martes, 18 de octubre de 2011

Suma y sigue ***

_________________________________________
Creador e intérprete: Gila.
Teatro: Nuria Espert,  Fuenlabrada. (1.6.2000)
_____________________________________

Gila, memoria de cincuenta años

El 6º Festival de Teatro de Humor que se organiza, como cada año, desde el teatro Alfil, se extiende a diferentes salas de la Comunidad de Madrid. Es el caso de este Suma y sigue, que, además del gozo de ver una vez más a Gila, nos ha ofrecido la oportunidad de conocer un nuevo teatro que lleva el afortunado nombre de Nuria Espert, y que se ha puesto en marcha hace unos meses en el barrio de Loranca de Fuenlabrada: una sala funcional pero acogedora, cómoda y bien dotada que habría que explotar adecuadamente.
    Lo que hace Gila en este espectáculo es una especie de recopilación, como él mismo anuncia, de cincuenta años dedicado al espectáculo. Lo abre con ese paradigma suyo que es la más formidable socarronería contra la guerra, que pudo hacerse en tiempos de la oscura censura: ese soldado ingenuo que, entre gracias surrealistas, decía cosas como que en la guerra te hinchas a matar “y la policía, nada”. Se desprende después del casco y del peculiar uniforme militar, y aparece ya otro Gila, el octogenario que nos cuenta su vida. Miguel forma parte de la memoria humorística de varias generaciones, de modo que lo que queremos ya es conocer su biografía. Y es lo que hace.
    Nos enteramos así, o lo recordamos, que nació solo, que se quedó esperando a su mamá a que llegara a casa, y que ésta le regañó severamente por no haberla esperado. O que, curiosamente, su abuelo era mayor que él. Gila, según nos cuenta, no progresó demasiado en la vida a través de diversos oficios, como el de inspector de Scotland Yard y autor de la confesión de Jack, el Destripador: justo lo contrario de lo que le pasó a la Iglesia, tal como comprobó cuando visitó el Vaticano y pensó que “habían empezado con un pesebre, y fíjate ahora”.
    No nos relató otras muchas cosas verídicas, claro está, porque esas las tiene recogidas en sus libros, como cuando fue literalmente conducido por la Guardia Civil a Aranjuez, porque a Franco se le había antojado que actuara para él, aun conociendo su poca simpatía hacia el Caudillo. Lo cual se recuerda en esta nota para neutralizar algunas desafortunadas actitudes cómicas, tales como a las de la mujer, por ejemplo,
que mantienen un cierto sabor rancio; Gila debería eliminarlo ya de su repertorio, porque algunos aspectos de su propio imaginario, de la propia cultura que le tocó vivir, pudieron influir ineludiblemente en él –como en todo el mundo-, pero quizá, ni siquiera como recuerdo en su cincuentenario, no deberían ser rememorados. En todo caso, está Gila atado a su teléfono y a su público con la misma dedicación, el mismo entusiasmo; con algún fallo de memoria, lógico, pero con ese entrañable humor que ha sido imposible imitar y que, a menudo, se ha sustituido por la horterada de cómicos paródicos y vergonzantes. El público le despidió puesto en pie, en ovaciones sinceras, probablemente como homenaje a una singular trayectoria.
Enrique Centeno

No hay comentarios: