lunes, 13 de febrero de 2012

Hechos consumados ****

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Autor: Juan Radrigán.
Intérpretes: Amparo Noguera, Pepe Herrera, 
José Soza, Benjamín Vicuña. 
Dirección: Alfredo Castro.
Lugar: Casa de América. Ciclo  
Teatro Chileno Actual. (18.5.2000)
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Solos ante un guardián

Como suele suceder en todas las culturas, el teatro fue el primer arte que reaccionó en Chile frente a la dictadura militar, lo cual supuso, en aquel país, no pocas represiones, clausuras y prohibiciones. Juan Radrigán fue uno de esos autores que, en los años ochenta, consiguió levantar su voz social, literaria, estética y política, bajo unas claves que le hicieran posible dirigirse a sus contemporáneos. Estos Hechos consumados son, en definitiva, el testimonio de un imaginario colectivo, de un compromiso que es, en definitiva, lo que sustenta al arte escénico, no importa que a veces se nos olvide.
    Dos personajes han llegado a una “pelaera”, es decir, sitio yermo, vacío y desértico. Un hombre y una mujer, a la que él ha rescatado, literalmente, de un arroyo al que había sido arrojada, no se sabe por quién, porque hay un misterio críptico –forzosamente, en los tiempos en los que la obra fue escrita- sobre lo que ocurre al otro lado de esa tierra baldía.
En un principio recuerdan a Vladimir y a Estragón, los personajes de Esperando a Godot, pero después nos damos cuenta de que hay una realidad inmediata, que es lo que interesa al autor. Una realidad que, además de estar representada por sus propias reflexiones, queda patente con las alusiones a la desolación exterior y, sobre todo, a la aparición de un Guardián armado con una barra que se introduce en escena para echarlos también de allí.
   El drama es, simplemente, el de la supervivencia. Pero a lo largo de unos diálogos plagados de conceptos y de sinceridades, sabremos lo que de verdad mantiene a estos personajes. No quieren morir, pero ya dice uno de ellos que tampoco quiere aprender a llorar, y que tampoco quiere aprender a tener miedo. El miedo es, en realidad, lo que los sostiene, y ante lo que se rebelan. Ah, y el guardián: es represor, asesino -terminará matando-, pero conversador y “humano”, con su familia y sus sentimientos -como suele presentárselos en estos sistemas-, aunque tiene metido en la cabeza que “no es bueno hablar tanto”.
    Conmueve esta obra en la mejor acepción del término: porque nos devuelve un sentido, algo abandonado entre nosotros, de la utilidad del arte, y porque se admira el valor de estos creadores. Se trata de la Compañía Nacional Chilena, que no es la primera vez que nos visita: con otro elenco y otra dirección se presentaron hace unos meses en el teatro de La Abadía, entonces con un frustrado Strindberg, razón por la que acudimos el otro día a la Casa de América (esta es la primera representación de un ciclo de teatro chileno actual) con cierto escepticismo injustificado. No importa que entre americanismos y el argot popular muchas palabras se pierdan –se nos proporcionó incluso un pequeño glosario-, porque la fuerza espléndida de los actores –todos, aunque Amparo Noguera impresiona- y el testimonio de lo que nunca debió suceder, nos hacía volver al teatro solidario, al arte entendido en uno de sus más nobles fines. Y también apreciar la parábola que, cada cual, debe aplicarse en su propia situación. Porque de esta función es imposible salir sin sentir una profunda inquietud.
Enrique Centeno

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