jueves, 26 de abril de 2012

La loba **

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Autora: Lillian Hellman.
Traducción de Ana Riera.
Versión de Ernesto Caballero.
Intérpretes: Héctor Colomé, Carmen Conesa, Nuria Espert, 
Ricardo Joven, Paco Lahoz, Markos Marín, 
Jeannine Mestres, Víctor Valverde, Lleana Wiston.
Vestuario: Franca Squarciapino.
Escenografía: Gerardo Vera.
Videoescena: Álvaro Luna.
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo.
Dramaturgia y dirección: Gerardo Vera.
Teatro: María Guerrero. (CDN) (20.4.2012)
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Fotos: Davd Ruano / Paco Amate

Melodrama sureño

La loba es, sin duda, la más conocida obra de Lillian Herman (1905-1986), escritora cuyo progresismo le produjo no pocos escándalos e incluso su persecución -se negó a declarar en la represión del Comité de Actividades Antiamericanas-.  “Las pequeñas zorras” -su título original, The little foxes- se pasó al cine y consiguió una de las grandes películas con Bette Davis. 
Este melodrama se representó en Madrid hace ya casi veinte años (22.10.1993, teatro Marquina), y nos hizo entonces preguntarnos “si es que ya no existen hoy, aquí, estos pequeños zorros depredadores”.     Que ahora lo represente el  Centro Dramático Nacional ha sido una tentación de Gerardo Vera, incomprensible cuando más que nunca se han formado aquí muchísimas y continuas jaurías.
Nuria Espert, La loba
  La admirada autora quiso alejarse del tiempo, hasta llegar a las ambiciones del siglo XIX, aunque bien pisaba la Gran Depresión norteamericana. Y  sus personajes pertenecen al costumbrismo de la alta sociedad.
Es  Regina Hiddens la madre en esta guarida: La loba; ambiciosa, tramposa y obsesiva por la posesión. A los dientes y aullidos intentan Benjamín y Oscar, unidos, vencerla. Enérgico e inteligente, el formidable actor Héctor Colomé crea con solidez a este personaje, Benjamín, que en  su esgrima económica será finalmente vencido. Ricardo Joven ya muestra, en su estupenda interpretación, que Oscar es poca cosa para Regina, quien es capaz de hundir -su hijo, Leo, es ya insignificante, y lo hace perfectamente Markos Marín- y ahogar a su propio esposo, James Hiddens.
    Aquí solo hay destrucción, o la salvación de las dos mujeres. La cuñada presencia continuamente las luchas y el alejamiento de la familia: Bierdi es Jeannine Mestre, de miradas  amargas hacia su esposo, como si la mansión se convirtiera en una tumba maloliente. Su ternura la podrá mantener solo con Alexandra (luego nos referiremos) para, en su monólogo y en una dramática escena -el público no pudo evitar congelar la acción con  entusiasmo y  aplausos; poco común es ya despedir un mutis-, marcar el inicio de la corrupta batalla.
Jeannine Mestre y Nuria Espert
    En el antiguo montaje de esta obra –aún  más vieja- dejó los ensayos la maestra y genial actriz histórica María Jesús Valdés –fallecida el año pasado- y, precisamente, interpretó en un cara a cara con  Espert El cerco de Stalingrado (1994), de Sanchis Sinisterra. Se dijo que fue por su propias dificultades para ese personaje, y se aseguró también que fue al director González Vergel –bien conocido en sus tiranías- a quien abandonó saliendo a hostias. Quizá alguien cuente  lo que ocurrió. Este comentario, probablemente sin interés, viene a cuento de la lucha entre el personaje y la actriz. Nuria Espert es una peculiar y grandísima intérprete de nuestro teatro actual. Quede esto ya de entrada. Esta Regina es aquí una medio loca, estúpida entre la ambición y el dominio de un ábaco con la imposibilidad de trasladar la maldad interna de esta obsesiva. Casi logra que nos burlemos de Regina. Lo ha obligado Gerado Vera –ningún genio dirigiendo a actores- o, casi seguro, ha seguido una fórmula demasiado común. Sabemos que está ahí La loba, pero mejor vemos que está la Espert.
Jeannine Mestre (izq,) y Carman Conesa

El cuadro más defi- nitivo de esta inmoral loba es verla con- templar la agonía y muerte del marido que intenta, cayendo de su silla de ruedas, alcanzar sus medica- mentos. Víctor Valverde hace un trabajo genial, desde su tardía llegada del Hospital hasta el final. Aquí sí hay verdadero natura- lismo dramático.
    Lillian Herman, sureña y judía, hace decir a Regina, hacia Alexandra, que “demasiada gente le obligó a demasiadas cosas”. Y su hija, la única que aún permanece, recuerda cómo su padre le dijo que hay gente que come tierra, y gente que se la  tiene que comer. Pero conocía la autora muy bien, y lo había visto, cómo en las ciudades mucha gente dormía en los bancos protegida con hojas de periódico, “las sábanas de Hoover” (el presidente del gobierno). En su obra se refiere a los  semiesclavos negros del antiguo Texas –este montaje se inicia con la gigante imagen de aquella bandera- en sus empresarios llegados del Norte. Por su comportamiento, vital e ideológico,  da la impresión de una especie de miopía para mirar a su alrededor. La escena entre madre e hija contiene la ternura y energía de Alexandra (Carmen Conesa), en una interpretación riquísima y sincera: la abandona y asegura que se quedará sola. Espert se mantendrá en la soledad sin llegar bien a sentir su llanto en el sarcófago de la rica mansión. Todo es en realidad un melodrama.
Enrique Centeno

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