miércoles, 11 de enero de 2012

La mujer de negro **

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Autora: Susan Hill.
Adaptación teatral de Stephen Mallatratt.
Intérpretes: Emilio Gutiérrez Caba, Jorge de Juan.
Espacio escénico: Carlos Montesinos.
Vestuario: Rocío Cabedo.
Iluminación: Alfonso Barreda
Dirección: Rafael Calatayud. 
Teatro: Infanta Isabel. (15.9.1999)
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Jugando con el miedo

El género de terror, o de misterio, no es fácil en el teatro, sobre todo si se pretende la verosimilitud. La mujer de negro, al igual que el último título visto en nuestros escenarios sobre el tema (Misery, de Stephen King), es adaptación de una novela, de la británica Susan Hill, de la que se ha hecho una buena traslación al teatro. El hallazgo, en esta ocasión, es el juego de teatro dentro del teatro, algo que permite utilizar convenciones, y superponer un mundo real y aparente –el de la sala y el escenario-, con lo que el espectador irá siguiendo la historia que se cuenta. La auténtica trama, aparece como una ficción dentro del doble juego, pero su representación se hace con el mayor verismo hasta conseguir momentos de inquietud y de zozobra.
 El primero de los juegos, el que aparece como real, nos presenta a un curioso personaje (Emilio Gutiérrez Caba; no hay nombres) que, como el de Seis personajes en busca de un autor, desea que su historia sea representada, para lo cual contrata a un actor (es Jorge de Juan). La doble representación se alterna mucho, 
al principio, hasta que el personaje de Emilio Gutiérrez Caba se presta, decididamente, a ir haciendo los numerosos tipos del relato. Este proceso, en el que el personaje se va convirtiendo en presunto actor, permite a Emilio un trabajo espléndido, desde el apocamiento inicial hasta la brillantez con la que encarna a los diversos personajes. En este sentido, la actuación tiene un cierto toque de complicidad que permite el virtuosismo, aunque el gran actor huye de cualquier exhibicionismo, para componer sus papeles con rigor, con esa limpieza austera que le caracteriza. Es también muy brillante el trabajo de Jorge de Juan, otro excelente actor que utiliza muy bien un histrionismo necesario en sus personajes, y que crea los momentos más supuestamente terroríficos del espectáculo.
        Aparte de los dos primeros actores, de enorme capacidad, estamos ante un teatro de contenido menor, muy bien construido; un teatro para la evasión, para el entretenimiento;  con la rara virtud de ser diferente, por su género, y de ofrecer una digna puesta en escena, algo que suele reservarse únicamente para obras de más envergadura. Un espacio escénico sugerente, con las adecuadas dosis de sorpresa, completa esa sensación de espectáculo cuidado y honesto.
Enrique Centeno

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