domingo, 22 de abril de 2012

Nuestra clase ***


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Autor: Tadeusz Slobodzianek.
Traducción de Maila Lema.
Intérpretes: Jordi Brunet, Ferran Carvajal,
Roger Casamajor, Lluïsa Castell, Isak Ferriz,
Carlota Olcina, Alberto Pérez, Jordi Rico.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: Lluna Albert.
Iluminación: Miguel Muñoz.
Música: Jordi Collet ("Sila").
Imagen: David Ruano.
Dirección: Carme Portaceli.
Teatro: Fernán-Gómez. (19.4.2012)
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Fotos de David Ruano
Amigos y enemigos

Ha querido contar el polaco Tadeusz Slobodzianek  -a quien desconocíamos- qué  pudo pasar con aquellos diez unidos compañeros de clase, cinco de ellos judíos, y la otra mitad católicos. Muertos ya –hay una anciana en el geriátrico-, el autor los hace bajar al escenario,  vivos y partiendo de las diversiones juveniles, hasta el final de sus décadas. Cuentan las historias ante el público, con recuerdos precisos, desde la invasión nazi de  1939. Son testimonios que quieren ocultar, o mentir, en sus colaboraciones, traiciones, violaciones y asesinatos. Alguien pudo marchar a los Estados Unidos, uno ascendió como sacerdote y otro fue disparado en la cabeza por uno de sus amigos.
    
Esta obra pueden bien per- tenecer al teatro político sobre la realidad (Erwin Piscator (1894-1966), creador en nuestra época, con la que  Slobodzianek muestra la crónica (y La indagación, obra política e histórica de Peter Weiss) de las continuas represiones, invasiones y ataques. Los amigos de Nuestro colegio se convirtieron en enemigos ante su inesperada toma del nazismo. El resultado transcurrió –realmente- en la pequeña población de Jedwadne, cercana a Varsovia. (Y cómo no recordar a otro más de los autores del teatro político: ¿Y qué recibió la mujer del soldado/ De Varsovia, en Polonia?/ Una camisa de color de Varsovia recibió,/ La camisa de color con orgullo lució./ Eso le llegó de Varsovia (Bertolt Brecht). En sus metamorfosis estos jóvenes participaron en la instalación de un gueto, y llegaron a trasladar a los judíos hacia el holocausto: en aquel año de 1941 se exterminaron allí a casi 1.600 polacos judíos. Y en la posterior invasión de la Unión Soviética (1945), se unieron parte de los habitantes.

    Esta obra son los episodios, sobre todo relatados por los personajes. Hacen una especie de reconstrucción –mentiras y leves verdades- en la que va creciendo la tensión, hasta presenciar escenas verdade- ramente crueles en la segunda parte de la función –tres horas, en cuyo intermedio se marcharon muchos espectadores- que nos hizo estremecer. El escritor –judío- no resistió el dar testimonio de lo que allí sucedió.
Es una función dura, en la que la directora, Carme Portaceli, no ha tenido piedad en su montaje, con el gran trabajo de un reparto íntegramente formidable.
Enrique Centeno

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