jueves, 22 de septiembre de 2011

Yo, el heredero ***

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Autor: Eduardo De Filippo.
Traducción: Juan C. Plaza-Asperilla.
Intérpretes: Fidel Almansa, Ernesto Alterio,
Beatrice Binoytti, Concha Cuetos, África García,
José Luis García, Rebeca Matellán, Natalie Pino,
José Manuel Seda, Mikele Urroz, Yoima Valdés, Abel Vitón.
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo.
Vestuario: Ana Rodrigo.
Escenografía: Andrea D'Odorico.
Dirección: Francesco Saponaro.
Teatro: María Guerrero (CDT). (23.11.2011)
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Al napolitano Eduardo De Filippo no le podemos evitar su relación con Molière. Amargura, ironía y humor, hasta llegar a la carcajada; críticas hasta los ataques a la sociedad, trabajando, al mismo tiempo, como  dramaturgos, actores y directores de sus compañías.
    El autor inicia la obra con una escena, entre el humor y la burla, en la adinerada casa de la familia Silciano -ingenioso apellido-, en la que la distinguida y cristiana esposa – la engreída Margherita, muy bien interpretada por Yoima Valdés-, muestra el entusiasmo, junto a sus costureras, por las ropitas o canastillas –realizadas con telas usadas- para ser entregadas a los “niños necesitados”.
    Y en el salón principal –se entrevé el interior, con la habitual perfección del escenógrafo Andrea D’Odorico-, conoceremos a esta familia cuyo sucesor, Amadeo, manda con satisfacción y felicidad, junto a su esposa. Lo completa la hermana, Adele, la madre Dorotea y la joven huérfana protegida, Bea, junto a los interesantes criados, Caterina y Ernesto. Es necesario presentarlos, porque es un reparto en el que todos los intérpretes hacen un magnífico trabajo.
   Y aquí entrará, súbitamente, un extraño personaje, desaliñado y descarado. Él se considerará Yo, el heredero: hijo del fallecido Próspero, servidor de la familia, a quien De Filippo crea para oponerse a la sumisión. Así lo hará este Ludovico, el Próspero II, al considerarse sucesor de su padre. El actor Ernesto Alterio va caminando desde la suavidad a la exigencia. Una creación maestra del italiano, en los enfrentamientos con Amadeo, la lucha verbal impresionante y repetida, en la que este abogado es interpretado, con imán desde las tablas, por el actor José Manuel Seda.
    Encontró Ludovico el diario que escribía su padre –a quien no veía en treinta años-, y en él conoció su convivencia con la familia, soportando burlas y la escasa dedicación, sobre todo del criado Ernesto -formidable trabajo de José Luis Martínez-, y la alegría y cariño de Caterina -la lleva con encanto la actriz Natalie Pinot-. La infidelidad de la madre, enamorada de aquel sencillo Próspero, es interpretada por Concha Cuetos, que crea ese sentimentalismo, dulce y  pecador dentro de su catolicismo, en una lección magistral.
        Es un parchís -en rombos coloreados, como si anduviera por las escenas aquel Arlequín, junto a Polichinela, en una commedia dell’arte que tanto pertenece a De Filippo-, a cuya casilla de meta llegará Ludovico. Todo está vencido y hay un personaje en este juego, realista y jocoso. Se trata de la joven Bea, de 17 años, que fue recogida siendo niña, y encerrada en esa jaula de gorrión. Y es también esencial, en el protagonista, su apoyo para salir volando de esa burguesa mansión. Hace una maravillosa interpretación Rebeca Matellán.
    Dirige el italiano Francesco Saponaro, con una especie de mandolina en la que consigue un ritmo jugoso entre la burla y el mensaje.
Enrique Centeno

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