sábado, 17 de diciembre de 2011

Memorias del ombligo del Mundo ***

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Autor y director: Juan Fernando Cerdas.
Intérprete: Rubén Pagura.
(Compañía Teatro Quetzal). 
Teatro: El Canto de la Cabra. (18.8.1999)
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Cuentos de la isla de pascual

Tras el excelente monólogo de Molly Bloom, la sala El canto de la Cabra ofrece, en la placita aneja a su local otro interesante trabajo unipersonal que va consolidando el curioso espacio en el yermo estío teatral de Madrid.    
    El Ombligo del Mundo es la traducción de Te pito te Henua, una de las denominaciones de Rapa nui o isla de Pascua, como fue bautizada por los holandeses. Aislada en el pacífico, sus enigmáticos monumentos o moais han provocado diversas fantasías, y en esta obra se cuenta una más de ellas que sirve al autor de curiosa parábola. El texto posee esa ingenuidad del cuento, de la historia casi infantil que trata de aleccionar y cuyas conclusiones aparecen algo confusas.
La fascinante fábula cuenta cómo llegaron a la isla un centenar de hombres procedentes de América y dominaron a los habitantes originarios que, como se sabe, procedían de la Polinesia. La leyenda atribuye a unos y a otros las denominaciones de “orejas largas” y “orejas cortas”, y es el material que le sirve al autor Fernando Cerdas para imaginar cómo se produjo el sometimiento de la población, su esclavitud y el fin de su propia cultura. Como toda parábola, encierra su moraleja: el avance de la técnica –aquí la construcción de los gigantescos moais- va terminando con la primitiva economía de subsistencia -la agricultura, el trueque, el cooperativismo- y provoca consecuencias funestas de desigualdad, hambre y agresión a la naturaleza. El texto es un canto a la sencillez, al primitivismo, al estatismo que la civilización de la isla debió conservar para no perecer. También, claro está, un alegato contra la explotación y el esclavismo, aunque la asociación de todo ello no obedezca a planteamientos coherentes o dialécticos.
    En todo caso, interesan las historias que el actor va desgranando. Él es Rubén Pagura, veterano del teatro de Costa Rica, que posee unas prodigiosas facultades para cambiar de registros encarnando a numerosos personajes dentro de sus relatos, hechos al modo de un cuentacuentos. Juega asimismo con técnicas de mimo, e interpreta canciones autóctonas intercaladas en los diversos pasajes (es también cantautor y compositor de música para distintos montajes teatrales). Su virtuosismo y singular capacidad son el verdadero sustento de un espectáculo que se sigue con placer tanto por lo narrado como por la admiración que él mismo suscita.
    Juan Fernando Cerdas no es un autor conocido entre nosotros, y la  larga trayectoria en su país difícil de conocer, porque las referencias que poseemos están hechas por un estudioso especialmente conservador (Dispárenle al crítico, de Andrés Sáenz, Universidad de Puerto Rico). Seguiremos en la misma situación, ya que este texto da la impresión de alejarse del resto de su dramaturgia, y pensado expresamente para su intérprete (con el que fundó el Teatro Quetzal, nombre de la compañía, que ya visitó esta misma sala hace un par de años). Lo que aquí consigue, en todo caso, es una poética casi mágica cuyo primitivismo argumental el público sigue con una especie de encandilamiento infantil, apenas roto por alguna clave distanciadora. Al excelente actor se le dedicaron, en un día de función no de estreno, a la que asistimos, muchísimos aplausos sin duda merecidos.
Enrique Centeno

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