miércoles, 11 de enero de 2012

Los vivos y los muertos *

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Autor: Ignacio García May. 
Intérpretes: Walter Vidarte, José Tomé, Ginés García 
Millán, Jesús Fuente, Enric Majó, Roberto Mori. 
Escenografía y vestuario: José Hernández. 
Dirección: Eduardo Vasco.
 Teatro: Infanta Isabel.
 (Centro Dramático Nacional). (27.4.2000)
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Periodistas en la guerra

Cerrada la “capilla sixtina” oficial de nuestros autores nuevos y arriesgados, es decir, el teatro Olimpia –por obras, que ya veremos si serán eternas- ha debido considerar el director del Centro Dramático Nacional, Pérez de la Fuente, que no era de recibo utilizar los fondos públicos, para  el teatro únicamente en autores consagrados, saliendo de la principal sede del María Guerrero. Y se ha procedido al alquiler de la sala de la calle Barquillo, el Infanta Isabel, para dar alguna salida a esos textos que un comité de lectura  ha seleccionado para su representación. El gesto es, en sí mismo, plausible, independientemente del resultado que cada montaje pueda obtener, y desde luego de forma eventual hasta que se recupere el  Olimpia.
   Es hermosa la escenografía de José Hernández para Los vivos y los muertos: una reproducción arquitectónica de la cámara de un antiguo templo en tierras africanas asoladas por la guerra. Allí, un grupo heterogéneo de blancos –periodistas corresponsales de guerra, casi todos- muestran sus conflictos, su oportunismo o su hipocresía ante los hechos, con alguna mística y tópica salvedad. Sin desdeñar el trabajo de algunos de los actores, ni el del enérgico director, Eduardo Vasco, lo cierto es que es ese monumento estético   permite al espectador liberarse de un texto cuya estructura dramática es inexistente; pesado, aburrido, plagado de tópicos hasta lograr casi una antología de lugares comunes, con la discutible coartada de los pobrecitos etíopes que andan, fuera del espacio escénico, matándose. Y buscando desesperadamente situaciones límite entre unos personajes que, sin embargo, cansan hasta el agotamiento.
      Ya queda dicho que la obra ha sido elegida por un comité de lectura, cuyos tres miembros son conocidos dramaturgos de muy diversa tendencia. Ignora el crítico si hubo unanimidad, si se seleccionó sólo este texto o varios más; si se consideran aspectos no estrictamente dramáticos, y hasta pudiera pensarse que, en efecto, era el mejor de cuantos pasan por el Centro Dramático Nacional para su valoración; en cuyo caso, habría que hacer una seria reflexión sobre nuestro nuevo teatro. Pero no: el día antes del estreno de Los vivos y los muertos habíamos asistido a la reposición, tras una larga gira, de Las manos en la sala Cuarta Pared, función que alcanzará pronto las 300 representaciones, y que muestra una dramaturgia sincera, culturalmente atada a nosotros, sabia en su construcción, atrayente en su tema, fascinante y entrañable hasta conmover desde la reflexión. Un contraste, hablando de los nuevos autores, que asaltaba forzosamente al crítico por su proximidad, y que producía, aún más, esa valoración negativa de este estreno inexplicable.
Enrique Centeno

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