lunes, 2 de abril de 2012

Farsas y Églogas *

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Autor: Lucas Fernández.
Dramaturgia: Ana Zamora.
Intérpretes: Sergio Adillo, Eva Lornet, José Vicente Ramos, 
Eva Lornet, María Alejandra Saturno, Juan Pedro Swaerz, 
Alejandro Sigüenza, Isabel Zamora.
Arreglos y dirección musical: Alicia Lázaro.
Escenografía: David Faraco.
Vestuario: Deborah Macías.
Iluminación: Miguel Ángel Camacho
Coreografía: Javier García Ávila.
Dirección: Ana Zamora.
Tearo: Pavón (CNTC). (28.3.2012)
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Poemas para la burla

Es imprescindible siempre acudir a los  montajes de esta compañía Nao d’amore. En el 2001 apareció por la Compañía Nacional de Teatro Clásico -una invitación que bien se agradeció ante los desastres que provocó el entonces director- con Tragicomedia de Don Duarte, un llanto amoroso de Gil Vicente, predecesor de nuestro teatro. Un año después  volvió a Madrid con Los misterios del Cristo de los gascones, una representación sobre tradicionales textos  de Semana Santa: asombró y emocionó al público, agnóstico o no. Siguió después el más primitivo –incompleto y anónimo- Autos de los Reyes Magos. Insiste en su genialidad con Dança da morte, fiestas entre tinieblas luso-españolas (vv.blog).
    Siempre dirige Ana Zamora, profunda conocedora de las obras anteriores y del Renacimiento. Es algo singular, admirable, y cuenta con las versiones y arreglos musicales de Alicia Lázaro, con antiguos instrumentos. Hay que referirse a todo ello ante el rechazo a este montaje de hoy, Farsas y Églogas.
    Arranca la representación con la llegada del carro de los cómicos. Como si ellos hubieran creado el primer teatro español, antes ya  de los pasos de Lope de Rueda. El religioso Lucas Fernández (Salamanca, 1474 (?)-1542), escribió bellas y fervientes églogas, dulces y amorosas. Historias de pastores que cortejan a las mozas. Sus obras fueron, en ocasiones,  representadas en las propias iglesias. Ana Zamora ha convertido las farsas en juegos burlescos.
    Lo forman una docena de breví-simos y senti- mentales epi-sodios. Inocen-cia que prefirió la directora, en su dramaturgia, convertirla en una cercana burla de ignoran-tes pastores. La gracia consiste en divertirnos con los gañanes, ese mal gusto de ridiculizar para reírse de la sinceridad. Utilizó el autor elementos del dialecto salmantino; no estamos seguros de que aquella frescura  consiga su encanto, difícil en una repetida y elemental frivolidad.
La alegoría  más exitosa es la escena final en la que aparece una hermosa pintura sobre tabla del Nacimiento de Jesús. Un rico hallazgo con  los troquelados rostros de José, María, el Niño, la mula y el burro: se ahuecan desde el interior, e irán sustituyéndose, irreligiosamente, con  las cabezas grotescas de los actores. Es un total despiporre de esta función, que tiene una duración de hora y diez minutos. No sé si esa pintura religiosa causaría a Lucas Fernández su condenación. En todo caso, Ana Zamora no nos enseña ese primitivo teatro cuyos versos han sido siempre calificados de extraordinaria calidad. En sus montajes siempre hemos aprendido, o recordado, la necesaria muestra de nuestro pasado. Nada de eso nos ha mostrado. Quedan sus preciosas canciones y sus deliciosos instrumentos.
Enrique Centeno

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