lunes, 13 de febrero de 2012

La cruzada de los niños de la calle **

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Autores: Claudio Barrionuevo, Dolores Espinoza, 
Chistriane  Jatahy, Víctor Viviescas, Arístides Vargas,
Iván Nogales.
Intérpretes: Orlando Valenzuela, Pilar Aranda, Nieves Mateo, Fidel Almansa, 
Santiago Roldós, Saida Santana, Carlos Bernal, etc. 
Vestuario: Yvonne Blacke.
Escenograíia: José Manuel Castanheira. 
Dirección: Aderbal Freire. 
Teatro: María Guerrero (CDN). (14.30.2000)
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Tres autores y una denuncia
El teatro latinoamericano, en general, no ha renunciado a su función esencial, la de servir de reflexión, de espejo, de testimonio de su propia realidad. Es ésta una característica que en España se ha ido perdiendo, y que la contemplación de espectáculos del otro lado del océano nos recuerda, cuando viajamos allí, los vemos en festivales, o visitan nuestra ciudad. En ese sentido, ciertamente producen una especie de envidia al confirmar con nuestras carteleras.
    Al autor José Sanchis Sinisterra, que viaja mucho por aquellos países, se le ha ocurrido unir a autores de diversa nacionalidad (Costa Rica, México, Brasil, Colombia, Ecuador y Bolivia), que ha tratado uno de los temas más recurrentes del teatro social en aquellos pagos: la explotación, desaparición o asesinatos de los llamados “niños de la calle”. Se ha encargado de coordinar dramatúrgicamente las distintas piezas, para intentar un espectáculo unitario, de estructura circular, donde, más que ensamblar las diferentes historias, estas  se superponen más o menos alternativamente. El espectáculo se llama La cruzada de los niños de la calle, probablemente en recuerdo de aquella estremecedora historia sobre un grupo de niños polacos,  que Brecht relató en verso con el título de La cruzada de los niños. La obra es, en este sentido, un ejemplo, pero huyamos de cualquier maniqueísmo para reconocer, al mismo tiempo, sus deficiencias.
    Lo que los distintos textos sugieren es una puesta en escena de lo que Grotowski llamaba teatro pobre, porque sus juegos y diálogos pertenecen a un teatro de urgencia, de testimonio y de denuncia. Independientemente de que el marco del María Guerrero, con sus terciopelos sea un dudoso escenario para este tipo de teatro –es como sentar un pobre a su mesa en Navidad, que rezaba la vieja campaña católica-, se ha dispuesto de una escenografía innecesariamente monumental, de Castanheira,  que nos tiene ya acostumbrados a magníficos trabajos en los que, como en este, domina el espacio y permite un juego rico de acciones. Se ha tintado todo en colores parchís, y poseen, todos los elementos, el olor a nuevo carente de calidades y tonalidades, incluyendo hasta el montón de bidones que protagonizan el decorado –bidonville llaman los franceses a la chabola o favela brasileña- y cuya presencia, acertada para las acciones, más recuerdan a las piezas de una guardería infantil en su brillante estética.
     Debe apuntarse que la estructura dramática que se ha creado, no facilita la comprensión de las historias, sino que las obstruye, las difumina y confunde hasta desorientar al espectador, que sigue todo aquello durante dos horas sin interrupción, buscando, permanentemente, claves, personajes y relaciones que no acaban de entenderse. A lo que colabora una dirección que empasta escenas, que no limpia suficientemente los distintos cuadros, y que, desde luego, permite que los actores, numerosos, no formen una polifonía, sino una “disfonía” de una diversidad molesta. Actores muy irregulares, y otros  con un nivel endeble y hasta muy deficiente. Es, en verdad, lo que le ocurre a este montaje, y por eso ha de decirse, sin ninguna tentación, una paternalista.
Enrique Centeno


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