jueves, 12 de abril de 2012

Entre bobos anda el juego *

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Autor: Francisco de Rojas Zorrilla.
Intérpretes: Cristina Marcos, Mónica Cano, Janfri Topera,
Rafael Castejón, Francisco Lahoz, Jesús Fuente, Rafael 
Ramos de Castro, Jesús Castejón, Paloma Paso Jardiel.
Escenografía y Vestuario: Pedro Moreno.
Dirección: Gerardo Malla. 
Teatro: La Comedia.
(Compañía Nacional de Teatro Clásico). (12.11.1999)
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Pues señora, bien empezamos

La pervivencia de nuestra comedia de enredo del siglo XVII, posiblemente no hubiera resistido el paso del tiempo si no fuera por su versificación. Resiste Molière o Goldoni, por ejemplo –salvando las distancias- por su retrato intenso de personajes y situaciones sociales. Nuestro teatro clásico es otra cosa, desde luego: son versos. Nuestros autores, incluyendo a Rojas Zorrilla –Entre bobos anda el juego-, son la gracia, la finura del lenguaje, el juego de las palabras, sus estrofas llenas de ingenio.
Aquella versificación sirve lo mismo para ser leída que para la representación. Pero del mismo modo que la transcripción moderna y sus texto íntegros del original, deberá la escena también adecuar los procedimientos del viejo corral de comedias a las salas de nuestros días; a sus nuevos procedimientos. La gracia del verso y la buena representación: he ahí la pervivencia de la comedia áurea.
Este montaje que ofrece, como apertura de temporada, la Compañía Nacional de Teatro Clásico, no sacia ninguna de las dos necesidades apuntadas. La puesta en escena se ha hecho con una extraña y chirriante mezcla en la que los actores se sitúan delante de foros pintados, situados en fila o en semicírculo, sin juegos escénicos accesorios; en alguna ocasión se muestra algún signo de “modernidad”: una desafortunada proyección con estética de cómic para alegrar uno de los relatos, y que resulta de un espanto sin límites y de una inadecuación escandalosa. No importa que sea Pedro Moreno un excelente diseñador: este decorado está concebido, desde su inicio, como algo viejo, vetusto, antiguo. Y feo.
 El otro apoyo imprescindible, que debería ser el verso, sirve para un ejercicio de funambulismo en el que los actores terminan por caer -desde las redondillas, las octavas reales o las cuartetas- de un modo estrepitoso. El asunto no es ya que no se sepa decir el verso –casi lo consigue, únicamente, Mónica Cano-, sino que éste, como deberían saber nuestros actores y el director, impone un ritmo de interpretación, de movimientos, incluso de voces: se respira con el verso –lo cual no es fácil, desde luego, y es precisa una específica formación- o se hace la chapuza. De modo, que tampoco tiene que ver el hecho de que en el reparto se encuentren excelentes actores y actrices para subrayar su lamentable preparación del teatro clásico; ni que Gerardo Malla sea un excelente director de comedia para que su trabajo denuncie un profundo desconocimiento de lo que el texto manda en la comedia clásica.
Tan lamentable como el espectáculo, es el hecho de que sea ofrecido por la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que inicia la temporada continuando su trayectoria descendente. Es urgente poner remedios, por el bien de una institución tan necesaria y que se supone que presta un servicio público.
Enrique Centeno

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