martes, 25 de octubre de 2011

Solo los peces muertos siguen el curso del río *

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Autores: Rosa Montero, Rosa Regás,
Slawomir Mrozek, Jesús Cracio.
Intérpretes: Ana Wagener, Beatriz Bergamín,
Elena González, Lidia Otón.
Escenografía: Christian Boyer.
Dirección: Jesús Cracio.
Teatro: Alfil. (23.9. 1999)
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Esas chicas guapas y tontas

Rosa Regàs
Es casi inquietante el título de este espectáculo, porque sugiere muchas cosas y se espera de él la trasgresión y la reflexión sobre la inercia que nos envuelve. Y se encuentra uno, de pronto, inmerso en una obra que sigue el curso de cualquier río, con los trucos más manoseados, con los textos más tópicos, con la explotación del encanto femenino de las actrices, con los chistes fáciles y la caricatura más simplista de la realidad.   
    Declara el admirado director Jesús Cracio una especie de partida hacia la defunción de los textos dramáticos, y por eso recurre a fragmentos de narrativa o de poesía, porque, al parecer, y según escribe en el programa de mano, conectan “más
directamente con la auténtica realidad actual”. Esta apostasía del género le lleva a utilizar unas cositas sencillas de montar, una especie de skechts mínimos, tontitos, plagados de lugares comunes y sin méritos dramáticos de ninguna especie, donde, eso sí, aprovechando oportunamente la moda del lamento feminista, las pobrecitas mujeres son víctimas de un mundo opresor y machista, aunque ya hemos indicado que no se renuncia al exhibicionismo físico de las cuatro intérpretes, embutidas en breves y ajustados vestidos que se calzan, desnudas en el escenario.
Rosa Montero

    Lo que se va contando son historietas presuntamente graciosas sobre la desdichada condición de la mujer, e incluso a veces sobre su estupidez. Se recurre a textitos bobos de Rosa Regás, de Rosa Montero o del polaco Mrozek, esos en los que se hace una parodia de la esposa explotada, de los teléfonos móviles, de la ninfomanía mal disimulada, o de la represión sexual. Son escenas tontitas, sin interés, propias de consultorios de revistas femeninas, de mentes planas que siguen el curso del río que consiste en quedarse con la critiquilla cotidiana y el cascarrillo gracioso.
    No importa que las actrices suden y se esfuercen muchísimo para no dejar de mostrar su buena dicción y marcar sus cuerpos: el espectáculo, envuelto en músicas y efectos de luz –se busca al público joven, como si éste no tuviera criterio- transcurre como una comedieta barata con celofanes progresistas (lo mejor, aunque no muy 
original, es un breve fragmento de Kraus cantando La donna è movile). Personajes, situaciones, modelos y estilos, fingen una especie de eructo progresista cuyo reduccionismo y simpleza resulta, a la postre, reaccionario. Vaya fiasco.
Slawomir Mrozek
      Los estrenos de teatro constituían antes una prueba, un pulso o termómetro que indicaba el acierto o desacierto de un espectáculo. Ocurre aún en los festivales de cine, y leemos estos días a los cronistas del Festival de San Sebastián constatar cómo una película ha sido recibida de una forma o de otra. Es algo que produce cierta envidia, porque hoy, en el teatro, los invitados al estreno disimulan su criterio de forma escandalosa. La noche de esta tontería se escucharon bravos, gritos de pieles rojas –ya saben- y muchos aplausos en la sala. En el vestíbulo, y a la salida, el juicio unánime de cuantas personas hablamos es que se trataba de un producto verdaderamente espantoso. Hace tiempo que nos preguntamos por qué han desaparecido el silencio, los aplausos fríos o el pateo en los estrenos de teatro, es decir, la respuesta honesta y no la familiar, la complicidad o la amistad. Y por qué tiene que ser únicamente el crítico quien de verdad cuente y dé testimonio de lo que ha ocurrido con un estreno.
 Enrique Centeno 

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