lunes, 13 de febrero de 2012

Hamlet *

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Autor: William Shakespeare.
Traducción de Ángel Luis Pujante. 
Intérpretes: Lluís Homar, Jordi Collet, Pau Durà, 
Norbert Ibero, Mònica Marcos, Jordi Martínez, Pep Planas, 
Joan Gibert, Pep Sais, Carme Sansa. 
Escenografía: Jon Berrondo. 
Vestuario: Miriam Compte. 
Dirección: Lluís Homar. 
Teatro: La Comedia (Compañía Nacional de Teatro Clásico). 
(8.6.2000)
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Un Hamlet para el olvido


La tragedia de Hamlet, con ser uno de los títulos más conocidos de Shakespeare, se representa muy poco en los escenarios españoles. Que recordemos, lo hizo Adolfo Marsillach hace cerca de cuarenta años y, mucho después, en 1989 José Luis Gómez, ambos como prtotagonistas protagonistas. Los dos montajes suscitaron la polémica, el primero por su intérprete, y el segundo por la versión de Vicente Molina Foix. Y es que Hamlet es mucho Hamlet, y da miedo. Éste de ahora no será capaz de suscitar la polémica; quizá tampoco el interés y, nos tememos, ni siquiera pasará al recuerdo.
    En feliz frase ya clásica, Shakespeare es nuestro contemporáneo. Y lo es merced, precisamente, a las posibilidades de una moderna dirección y reinterpretación escénica. El sucio y podrido mundo que el autor inglés muestra entre traiciones, locuras, venganzas, amor y muerte, es tanto de su época como de cualquier otra. Pero la nuestra, escénicamente hablando, es cada vez más exigente. Este Hamlet es casi la contraposición entre lo que el personaje y su mundo debería ser; y lo que se nos presenta es un ser más nervioso que reflexivo, más dulce que áspero, más alocado que sereno. Y el mundo que le rodea, carece de los tentáculos opresivos y tramposos, para ofrecernos, en cambio,  una camarilla de personajillos, sin la grandeza shakespeariana, o la corrupción ambiciosa de una corte que gobierna todo un universo presente en la tragedia.
El esquematismo escénico no puede hacer perder, de ningún modo, la grandeza de los monólogos; de la muerte de Ofelias y su enterramiento, o incluso de la más representativa de las escenas, la del sepulturero –el encuentro definitivo de Hamlet con la muerte- que se prsenta de un modo banal y pobre, también por parte de los intérpretes, aquí entre risotada.
El intérprete principal, Lluís Homar, responsable, es un excelente actor, que se ha internado a veces en la dirección con acierto. Aquí, en este Hamlet, ha querido asumir -como a la vieja usanza-, ambos trabajos. Y sobre una escenografía inútil, fea, incomprensible –una gran escalera absurda que no crea espacios y que no juega ni simbólica ni funcionalmente en el montaje-, no consigue coordinar los movimientos de sus compañeros de reparto; consiente un desconcierto, de voces que hacen chirriar la partitura dramática, y no ayuda a la construcción de personajes. Tarea que él mismo tampoco consigue. Se apelmazan las escenas, se ensucia el juego escénico -hay una media hora final, demasiado tardía, en la que un cierto vigor trata de salvar el desastre-, y la tragedia pierde su pulso, convertida en algo cansino. Y no se entiende tanto error, sobre todo porque parte de la compañía –algún actor, el propio Homar, el reconocido escenógrafo- han mostrado con frecuencia su talento. Hay, además, un evidente divismo en el actor, un lucimiento excesivo –comienza ya en la intolerable ocultación del nombre de sus compañeros en los carteles de la fachada del teatro, pero hay otros muchos síntomas en su presencia escénica- que probablemente es lo que le ha llevado a esta puesta en escena que, sin la menor duda, le viene ancha. Del resto de los intérpretes es mejor no hablar, porque, con alguna rara excepción, están verdaderamente lamentables. Es casi seguro que no haya que achacarles a ellos toda la responsabilidad,  pero el hecho está ahí, y, viendo este montaje, se comprende el miedo, que decíamos al principio, que se tiene a Hamlet en nuestra escena; a no ser que se sea un desaprensivo.
Enrique Centeno



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