sábado, 23 de junio de 2012

Buñuel, Lorca y Dalí ***

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Autor: Alfonso Plou. 
Intérpretes: Santiago Meléndez,
Balbino Acosta, Francisco Fraguas, Ricardo Joven, 
Gabriel Latorre, Pilar Gascón, Amor Pérez. 
Vestuario: Jorge Pérez. 
Escenografía: Tomás Ruata. 
Dirección: Carlos Martín. 
Teatro: Bellas Artes. (31.5.2000
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Aquellos locos geniales
Una comisión aragonesa para el centenario de Luis Buñuel es quien promociona este montaje, que lleva a cabo la compañía zaragozana El Temple. Podría igual haberlo hecho una organización de México o de Francia, puesto que el genio de Calanda hubo que realizar, casi toda su obra, en aquellos dos países. Aunque es difícil que, en ese caso, no se le hubiera ocurrido a nadie la excelente idea de unir la vida y la obra de Buñuel, con alguno de sus amigos de juventud, como Lorca, Dalí o Pepín Bello, compañeros desde aquella Residencia de Estudiantes, donde lo mismo se componían los disparatados poemitas llamadas anaglifos; se hacían concursos de pedos, leía su autor el Romancero gitano o presentaba el aragonés su Un perro andaluz, realizada en París junto con Dalí.   
 Cómo tratar tanta irreverencia de estos tres genios, fundamentales que dan título a la obra. Tanta subversión, tanto disparate inteligente, no es tarea fácil. Véanse, por ejemplo, las memorias de Aberti en La arboleda perdida (en edición anterior a las tropelías de censura que su viuda introdujo después; por favor), y  se comprenderá lo difícil que resulta encontrar una iconografía teatral suficiente para estos personajes. Y, sin embargo, el dramaturgo Alfonso Plou, y el director Carlos Martín, lo consiguen en gran medida (sorprendente, porque con motivo de otra efemérides, el 250 aniversario de Goya, llevaron a escena un montaje penoso sobre el pintor también aragonés). El espectáculo, tanto en lo que se dice –sobre textos de Antonio Sánchez Vidal- como lo que se hace, consiguiendo una representación con brío, comprometida con cada uno de los personajes, y añadiendo la propia irreverencia a la biografía de todos ellos, subvertiendo lenguajes, y atreviéndose con  imágenes religiosamente vigorosas  subversivas en su transgresión.
    Anacronismos, como la aparición del presi- dente Pujol, testimonios como el del propio Franco con su menu- dencia intelectual y humana, parodias sobre el derrumbamiento comercial, y reaccionario de aquel patético Dalí –lo que no se atrevió a hacer el supuesto iconoclasta Boadella en su Dalíii, una hagiografía de santoral- y, en definitiva, una interpre- tación a la altura de los propios personajes dramatizados. La función posee momentos de excelente estética, a pesar de haberse rendido a la tentación de la tecnología del vídeo, para ocupar el fondo o panorama del escenario; pero, sobre todo, rememora la personalidad de unos creador irrepetibles, y, en ese sentido, el espectáculo logra cumplidamente su función, con un conjunto de actores que también se burlan de sus propios personajes, en un trabajo notable.
Enrique Centeno

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