Autor: José María Guelbenzu.
Adaptación teatral de Pepe Martín y Ronald Brouwer.
Intérpretes: Pepe Martín, Marina Saura.
Espacio escénico: José Luis Raymond.
Dirección: Pepe Martín.
Teatro: Círculo de Bellas Artes. (3.11.99)
__________________________________________Diálogos de la pasión y la razón
José María Guelbenzus |
En el caso de Un peso en el mundo –el peso que la mujer protagonista quisiera alcanzar, y que él ha dejado de ambicionar a pesar de haberlo podido poseer- a lo que asiste el espectador, sobre todo, es al diálogo inteligente, a la conversación que mezcla lo cotidiano con lo conceptual, ese poder de comunicación y de la casi sublimación del lenguaje que hoy ya no poseen la mayor parte de nuestros autores teatrales, cuya especialidad son las obras en cuadros cortos donde no es preciso alargar los parlamentos.
Junto al valor de la palabra, Guelbenzu ofrece ese dichoso y fascinante juego del tiempo que, desde Priestley, siempre nos ha conmovido. Un maduro profesor se encuentra con su antigua alumna, que recurre a él como viejo amante y maestro en un momento de crisis. Él ya ha abandonado la ambición del triunfo, que llegó a tocar, y ella está en el camino de conseguirlo, El encuentro, entre paradas sentimentales, rencores y recuerdos, posee la doble virtud de emocionar el sentimiento y la razón, que continuamente se entrecruzan en estos sabrosos diálogos.
Lo que importa, sobre todo, es que esa obsesión sentimental de Guelbenzu no se eche a perder por sobreactuaciones o con interpretaciones artificiosas, algo que suele ser tentación en nuestros cómicos. Por fortuna, y por eso se degusta el espectáculo, tanto Pepe Martín como Marina Saura hacen un trabajo de extraordinaria honestidad, limpio, creando sus personajes sin trampa ni cartón, con la pureza misma que el texto les ofrece. Su verosimilitud, su buen hacer, su sinceridad extrema, constituye un noble duelo, una lección y un ejemplo del trabajo actoral. El sosiego aparente de Pepe Martín, sus reflexiones y amarguras, mal contenidas, se enfrentan a la vivacidad inteligente, a la ambición cerebral y el profundo sentimiento de admiración del atrayente personaje de Marina Saura, complicado como el de su compañero.
Ya queda dicho que se perciba la procedencia no teatral del texto, y que no debe tomarse en un sentido despreciativo. Aunque el experimentalismo de Guelbenzu, sobre el papel se convierta en escena, forzosamente, en un teatro de corte tradicional. Lo ha ambientado muy bien el excelente escenógrafo José Luis Raymond creando un decorado crepuscular donde, en diversos espacios, se van desgranando los recuerdos, las frustraciones y los amores de una vida ya acabada –la de Fausto, el protagonista que quisiera comprar el alma de su muchacha-, y la de la insegura pero decidida mujer que se enfrenta al mito de su pasado, en el ya viejo profesor. Se sigue la función casi con devoción, con ese placer casi perdido del diálogo inteligente. Y se disfruta del buen hacer de estos dos intérpretes.
Enrique Centeno
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