miércoles, 11 de enero de 2012

Madrid-Sarajevo **

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Autor: Marco Antonio de la Parra. 
Intérpretes: Marco Antonio de la Parra, 
Nieves Olcoz. 
Dirección: Domingo Ortega. 
Lugar: Casa de América. (10.6.2000)
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Una alegoría
Continúa la Casa de América su ciclo de teatro chileno actual con lecturas dramatizadas y representaciones, como ésta de Madrid-Sarajevo. Su autor, Marco Antonio de la Parra (Santiago de Chile, 1952), a pesar de gozar de amplio reconocimiento tanto al otro lado del Atlántico como entre nosotros, no asoma por nuestros escenarios, fenómeno común al resto de los autores chilenos y de toda la cultura latinoamericana en general, que nuestros empresarios han olvidado para rendir pleitesía al teatro anglosajón, como mandan las reglas de un mercado lastimoso, chato y penoso. 
    De este autor pudimos ver aquí una de sus obras de más éxito, La secreta obscenidad de cada día, el año pasado en una sala alternativa y hecha por una compañía venezolana: es todo, que sepamos, aunque algún libro teórico y algunos títulos nos lleguen en ediciones minoritarias. 
    Marco Antonio de la Parra ha querido mirar a Sarajevo: sus miles de víctimas, sus torturas, sus refugiados y su hambre. Lo hace a través de dos personajes sumidos en el forzoso desarraigo que produce la miseria y la desolación, en un paisaje desolado cuyo árbol seco –quizá el mismo de Esperando a Godot- ha adquirido formas que evocan a la horca de un patíbulo. La ocurrencia mayor es la alegoría arriesgada que inventa: suponer que aquellos desastres están ocurriendo en Madrid, y que el paisaje de la guerra es el estadio Barnabéu, la calle de Velázquez o La Castellana y otras referencias concretas. 

Da la impresión de que se trata de un recurso cuya finalidad es hacernos más próxima la tragedia de la antigua Yugoslavia, quizá pensando que esa alegoría haga su denuncia más cercana e inmediata. Lo cual nos parece, a nosotros, que es innecesaria como recurso, y además inverosímil. Porque las circunstancias históricas, el pasado de croatas o servios, el nacionalismo secular y sus rivalidades religiosas, no permiten trasladar ese conflicto -ni siquiera en la ficción-, a la ciudad de Madrid. Esta ciudad  vivió ya un terrible asedio, una feroz resistencia y una cruel represión saldada también con miles de muertos, pero su historia y sus motivos son en sí mismos suficientes como para no necesitar la fantasía de un calco, ingenuo y artificioso, con lo que ocurre en Sarajevo. En ese sentido, y por paradójico que resulte, el autor realiza una trampa y huyendo superficialmente del verdadero conflicto (en las antípodas, por ejemplo, del autor francés Enzo Cormann, que quiso mirar de frente el conflicto desde un escenario).

    Además de la discutible fórmula dramática, el autor hace hablar incesantemente a sus personajes, en parlamentos larguísimos, de un lirismo casi obsceno y una carencia de síntesis que convierte la obra casi en una cantata. Lo cual sorprende, porque este chileno posee conocimientos. Imparte cursos de dramaturgia y ha demostrado su buena capacidad para crear tensiones y diálogos, con un valor teatral muy distinto al que aquí vemos. Lucha él mismo como actor junto a la excelente Nieves Olcoz para defender tanta prosa poética, siempre al límite. Pero la empresa es casi imposible.
Enrique Centeno

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