miércoles, 23 de noviembre de 2011

Pamplinas y Cía. ***

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Guión: E. Goyanes, García de Águia,
B. Lehn, E. Sánchez.
Intérpretes: Tomás López, Carlos Domingo,
Alejandro Bustamante (piano).
Dirección: Buster Slastik.
Teatro: Pradillo. (5.7.2000)
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En un viejo barracón

Los llamados Veranos de la Villa del ayuntamiento madrileño hace años que no incluyen teatro, si exceptuamos el espectáculo que suele presentarse en la Muralla Árabe. Lo que hace, en cambio, es absorber cuantos montajes hay en la capital y, mediante una minúscula aportación económica, incluirlos en “su programación”. Otras veces añade a su presunto verano teatral obras que llevan ya meses en cartel. Dentro de esta política cultural, que reviste caracteres de verdadero escándalo, suma el Ayuntamiento los espectáculos de las salas alternativas, cuya precariedad las induce a aceptar el dudoso pacto. Lo cual se aclara, para que nadie pueda pensar que la corporación municipal influye lo más mínimo en los títulos teatrales de los Veranos de la Villa.
  Pamplinas y Cía, la función que acaba de estrenarse en el teatro Pradillo, es un divertido juego que se asemeja a las viejas barracas de feria, con sus proyecciones cinematográficas de cine mudo. El título alude a Harold Lloyd, ese impertérrito maestro del vértigo y de la comicidad inexpresiva, al que se apodó en España como Pamplinas. Se proyectan excelentes fragmentos de sus películas, como se hace también con Charles Chaplin (otro al que se le puso mote en España: Charlot, que en realidad se refería a un torero bufo con ese nombre que imitaba los gestos del genio; al diccionario ha pasado incluso el vocablo “charlotada”). Entre las entrañables secuencias, en 16 mm., ilustradas muy bien por el pianista Alejandro Bustamante, y los dos actores que, además, aportan los “efectos especiales” a las hilarantes historias, intervieniendo con diversos números. Vaya por delante que su trabajo es aceptable. Y vaya por detrás que, ante el genio de aquellos maestros del cine mudo, cualquier cosa que se pretenda hacer en el escenario, queda minúscula.
    De manera que, aun aceptando a los actores como maestros de ceremonia o entremesistas del espectáculo, lo que verdaderamente se nutre es del viejo celuloide. Una antología muy bien hecha, en la que no faltan, además de los citados, otras estrellas de viejo cine cómico, como Buster Keaton, Stan Laurel y Oliver Hardy (otro mote aquí: el Gordo y el Flaco), además de algunos menos conocidos pero igualmente geniales, que no supieron resistir el advenimiento de cine sonoro, y quedaron prácticamente en el olvido. Un recuerdo desde los orígenes, como la evocación en imagen de Méliês y su Viaje a la luna, de 1896, hasta el Chaplin más maduro, el de Candilejas, pasando por gozosas escenas de El chico o El gran dictador. El espectáculo, una especie de primitivo multimedia, proporciona una hora y media de entrañable y lúcido humor
Enrique Centeno

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