lunes, 13 de febrero de 2012

La familia de Pascual Duarte ***

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Autor: Camilo José Cela.
Adaptación teatral de Tomás Gayo Bautista.
Intérpretes: Miguel Hermoso, Ana Otero, Ángeles Martín, 
Lola Casamayor, Tomás Gayo, Lorena Do Val, 
Sergio Pazos, Paco Manzanedo.
Escenografía: Mundo Proeto.
Vestuario: Cristina R. del Yerro.
Iluminación: Jon Aníbal López.
Dirección: Gerardo Malla.
Teatro: Fernán-Gómez. (9.2.2012)
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En aquella Extremadura
Camilo José Cela quiso narrar la historia de La familia de Pascual Duarte en primera persona –no es el único sistema que utilizó- del protagonista: sus memorias, que escribió  dentro de la prisión, y que enviaba en cartas a un supuesto transcriptor. Cuenta esta adaptación teatral verbalmente -se le muestra, casi al final, encerrado y apoyado sobre la mesa, terminando sus páginas-. El procedimiento utiliza las escasas citas de los manuscritos, imaginando cómo ocurrieron aquellos hechos, y montando cada uno de los episodios -largos monólogos imposibles de escenificar- con su  arrepentimiento, sus justificaciones y sus desgracias –“Yo no soy malo, aunque no me faltan motivos”-, en sus último días y el previsto final  ante el garrote vil.
Fotos de Antonio Castro
 Se producen rupturas, entre la intimidad de Pascual y la representación, con escenas del texto. Lo primero que aparecerá será este desdichado campesino, que se dirige al público, como a unos atentos  lectores o como un contador del libro. Es extraño que su elección literaria se cambie a tercera persona, pero lo cierto es que el autor sí autorizó su adaptación a la pantalla –muy conocida, en 1975-, y que ahora apruebe la viuda su representación teatral.
    Es la Extremadura profunda –en 1942 la publicó Cela-, una sociedad hundida, miserable y superviviente. Y en las afueras de Almendralejo (Badajoz), inhóspito, la mezquina vivienda de la familia de Pascual Duarte. El egoísmo de la madre, su maldad y su agresividad conduce a todos al desastre. Lo representa, formidablemente, la actriz Lola Casamayor, en sombrías  escenas algo ajenas al realismo de Cela: el rapto del pequeño ataúd de su hijo ilegítimo, ante el escándalo, como un cuervo gritador, en una especie de retablo valleinclanesco; se enfrentará, se le despreciará y, definitivamente, recibirá la brutal y sangrienta puñalada en su cama, en su resistencia dramática. 
Lo mejor de esa representación es la perfección de todo el reparto. Lola, la mujer del protagonista, padeció el aborto del hijo esperado, desgracia ocurrida al caer de la yegua: Pascual la mató con mil cuchilladas. Había ya dado muerte, con la escopeta, a su fiel perrito. Dio su mujer a luz a un hijo que falleció a los once años –lo encontraron muerto en una tinaja de aceite-, engañándole  más tarde. Una continua brutalidad. Es uno de los personajes que va hundiendo la vida a Pascual. Lo interpreta con autenticidad y realismo Ana Otero, siempre estupenda. 
Y la tierna Rosario, su hermana, que le comprende y apoya amorosamente: decidió huir de la familia y se empleó como prostituta. Sonriente en su singular vida de represión -con un chulo-, mezcla su valentía y sentimientos. Lo interpreta la extraordinaria y siempre emocionante Ángeles Martín: una creación asombrosa.

  La creación del complicado Pascual ha debido de dar miedo a Miguel Hermoso. Avanza, como el propio personaje, por el alambre de las tablas, haciendo equilibrios  para pasar de su sencillez a la tristeza y a un espontáneo sentido poético; un asesino, un perdedor en su mundo hostil, que le convierte igual en la inocencia o en el sentimiento esquizofrénico que le llevó también a la pelea y la muerte de El Estiraó, el macho proxeneta de Rosario, en manos perfectas de Sergio Pazos. Y el actor no solo salva su trabajo, sino que logra  que Pascual Duarte simpatice y le comprendemos, y, en ocasiones, aplaudamos sus ataques.

    El más sincero amor lo muestra Pascual en su encuentro con la antigua novia; pasa por el enfado hasta la pasión sexual y su matrimonio: se llama Esperanza, y lo borda Lorena Do Val. Su nuevo matrimonio es una ceremonia expresivamente deprimente. Y bajo la luz, este sacerdote -luego Capellán ante el patíbulo- seco, exigente, presuntuoso y religiosamente altivo (le hubiéramos dedicado, en voz alta, la burla de una de las coplas de Cela: “Los cojones del cura/de Almendralejo/ le pesan veinte arrobas/ sin el pellejo”). Lo hace Tomás Gayo con inteligencia y maldad. 
  Lleva la continua ruptura el director Gerardo Malla, con su habitual conocimiento. De la función, con justo éxito, no mencionaremos algunos defectos: es una traslación  -Tomás Gayo Bautista- llena de problemas que se van resolviendo.
Enrique Centeno

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