sábado, 23 de junio de 2012

¡Ay, caray! **

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Autor: Josep Maria Benet i Jornet.
Traducción de Emilio Gutiérrez Caba.
Intérpretes: Guillermo Montesinos, Fernando Delgado, Iñaki
Miramón, Alejandra Torray, Miguel Ángel Tocado. 
Escenografía: Fabià Puigserver. 
Dirección: Manuel Ángel Egea. 
Teatro: Centro Cultural de la Villa. (20.10.1999)
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Dignificar la comedia cómica

El autor catalán Josep Maria Benet i Jornet, sube insuficientemente a los escenarios, ignoramos si debido a su restringida producción, o a otra clase de circunstancias que tantas veces nos ocultan  la mejor dramaturgia española contemporánea. Su última obra re- presentada, Testamento, su autor la estrenó, hace tres años, en el Centro Dramático Nacional, y en ella mostraba el escritor la justa recompensa del Premio Nacional de Literatura Dramática. Lo que se estrena ahora,  nada tiene que ver con aquella función, o con su Deseo, por citar otro título suyo de mucha ambición. Como ya hizo en Algún día trabajaremos juntas, Benet i Benet prueba el género de la comedia, aunque esta ¡Ay caray! es una reposición, y algunas de sus claves desvelan negativamente el tiempo transcurrido.
Nos gusta que se intente dignificar el género de la llamada comedia cómica, cultivadas, la mayor parte de las veces, con formas y contenidos mamporreros, y frecuentemente molestos: la risa por la risa, la carcajada a costa de todo. En ¡Ay caray! se parte de unos personajes entrañables, casi de ahora mismo, esos que nos rodean y cuyas tribulaciones nos importan e incluso nos afectan. Que el enredo amoroso –uno entre otros de los que se presentan- se establezca en forma de conflicto entre el padre viudo, el hijo más bien  hueco, y la ambiciosa y atractiva periodista: sería, por ejemplo, uno de los elementos diferenciadores del seguidismo del género, aunque no la única, desde luego.
El sugestivo planteamiento que hace el autor,  se desarrolla en una navegación tumultuosa, a medio camino entre la reflexión de eso que se llamaba lo progre, y la búsqueda del enredo y de las situaciones cómicas. Y un factor en el que no se mueve el escritor con demasiada soltura: lo que venimos en llamar carpintería teatral, viejo y detestable término pero que, en el caso de la comedia, es sin duda imprescindible. En este caso, se representa la obra de un tirón, como si no hubiera, ni siquiera, ese planteamiento que podría deja al espectador risueñamente expectante. Lo cual se comenta, por el hecho de que, en efecto, no se produce una transición, o giro, que intrigue o atrape al público. Tampoco la chispa necesaria asoma suficientemente a lo largo de la función (la vimos un día no de estreno, con una buena entrada pero con el público frío, distante, que ni siquiera se  percató de cuándo había llegado el final, lo que tuvo que anunciar uno de los actores).
Es verdad que hay también una dirección bastante convencional, como lo es la interpretación de actores, muy admirados –Miramón, Montesinos, Fernando Delgado, Alejandra Torray-, que hicieron una representación frígida, o sin de nervio. Daba la impresión de que la comedia, en tan solo diez años, ha envejecido prematuramente.
Enrique Centeno

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