jueves, 5 de abril de 2012

Una luna para los desdichados ***

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Autor: Eugene O'Neill.
Versión de Ana Antón Pacheco.
Intérrpetes: Gorka Lasaosa, Mercè Pons,
José Pedro Carrión, Eusebio Poncela, Ricardo Moya.
Escenografía y vestuario: Elisa Sanz. 
Iluminación: José Manuel Guerra.
Dirección: John Strasberg.
Teatro: El Matadero. (31.3.2012)
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La luna en el páramo

  Una decadente granja en un similar páramo. En la escenografía de Elisa Sanz, se muestra la ruinosa vivienda familiar construida con tableros: una diminuta y simple habitación casi de chabola. La sitúa en el extremo del escenario en este largo espacio de la sala 2 del teatro del Matadero y el público de la mitad izquierda de la sala tiene que aceptar su tortícolis, además de no poder ver cómo es el interior de esa casa. El resto del escenario es la muerte de la sequedad en un  campo cubierto de arrojados o abandonados trastos y cacharros. Es un inteligente realismo de la miseria, un decorado en cuyo fondo la luna irá avanzando hacia el amanecer, sobre un panorama de rica iluminación hecha siempre con la sensibilidad de José Manuel Guerra. Es el mundo hundido, sin esperanza, en el que Eugene O’Neill retratará – mundo perdido que bien lo relacionamos con su Viaje de un largo día hacia la noche- la frustración familiar. La Luna llena nos podría después sugerir la poesía de un goteo de alcohol sobre los personajes (aunque no fuese así).
    Son tres personaje principales: el viejo de mala leche Phil Hogan, arrendatario de esta inhóspita granja; su hija Josie, que se ha atrevido a permanecer  con él y es la víctima valerosa que, aún joven,  no ha practicado su pasión amorosa; y el propietario de la tierra, James Tirone, una especie de desgraciado, desconcertado e inseguro visitante de la casa. -Los secundarios en los actores Gorka Lasaosa y Ricardo Maya, perfectos-.
    Nada hay en las afueras, excepto la taberna situada a tan solo quinientos metros del linde. Será este el lugar donde van y vuelven, en solitario, Phil y James, en encuentros plagados de las provocaciones del viejo. Conoceremos –y trataremos de entender- a este superviviente, gracias al sonante actor José Pedro Carrión: barbudo canoso que se bambolea  entre gruñidos y voces estropajosas de whisky. Es una fuerte creación llena de riqueza, que arrastra, en todo momento, la llamativa personalidad de este tipo que lo mismo es odiosa, interesantísima, o provocadora de la burla grotesca del espectador.
    La aparición de Josie, saliendo de la caseta, transmite enseguida el magnetismo de Mercè Pons. Una interminable creación a lo largo de la representación, con escenas sobrecogedoras en su desesperación, frustración y la cumbre de su vencimiento ante su padre. O el llanto por el amor que nunca lograría. Es una interpretación impresionante, cuya genialidad salva algunos diálogos, excesivos, para seducir el valor de una actriz.
    El amor perdido: Phil, algo tímido o miedoso, suele llegar ebrio, des- de la ta- berna has- ta la cer- canía con Josie. Hay entre ellos una relación patente, pero oculta o escondida, hasta llegar a la unión en una escena perdida en la que, en el amanecer de una Luna menguante, se unen en un beso cercano a un cuadro de la piedad. Eusebio Poncela hace una interpretación muy inteligente, con tonos suaves, internos y humildes –así es su personaje-, que enamora también.
    Este reparto lo dirige Jhon Strasberg –bien aprendió de su padre, maestro del Actors Studio-  en la tensa sensibilidad  de este drama de O’Neill –siempre hay algo de su biografía colgada al alcoholismo- 

de Una luna para los desdichados – cambiado el título del  original Una luna para los bastardos, que vimos ya en el montaje extraordinario del director Gerardo Malla (teatro Maravillas, 1994)-, y  permite otra vez admirar el poético y rompedor nacimiento del nuevo teatro norteamericano de la realidad del mundo familiar. 
Enrique Centeno

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