miércoles, 11 de abril de 2012

Daaalí **

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Dramaturgia y dirección: Albert Boadella.
Intérpretes: Ramón Fontserè, Jesús Angelet, Xavier Boada, Silvia 
Brossa, Minnie Marx, Montse Puig, Dolors Tuneu, Jordi Rico, Pep Vila.
Espacio escénico: A. Boadella, Lluc Castells.
Vestuario: Mariel Soria.
(Compañía Els Joglars)
Teatro: María Guerrero (Centro Dramático Nacional). (11.11.1999)
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Dalí reverenciado

Ha imaginado Albert Boadella a Federico García Lorca como una mujer cubierta con capote verde y tocada con tricornio. Recita versos cursis fuera de contexto y alguien se interesa por saber si, antes de ser asesinado, es verdad que uno se tira pedos. (Más tarde hará con su muerte una escena dolorosa, impactante, brutal, en la que las balas de las cantaoras del zorongo gitano se servirán de pistolas-crucifijos para abatirle, pero su primera burla es de una crueldad sin límites). También aparecen caracterizados pintores como Kandinsky o Tapies –Antonio Tapias, se le llama- de payasos frente al genio de Dalí, vestido de augusto o del clown listo. Son estos pintores “sus queridos desastres”, lo que pintan simples “manualidades de frenopático”. Item más: lo que Picasso hace en su Guernika no es sino un grafitti de lavabos públicos cuyos derechos de reproducción debería cobrar Hitler, que fue el verdadero autor por el sentido drástico del urbanismo, demostrado en el bombardeo de la ciudad vasca.

Tampoco le interesa a Dalí, “comandante del ejército de las artes”, al paleolítico que pinta Miró, a quien Boadella repre- senta como una niñita rubia que jue- ga a la comba.   
  Aliado con Dalí, muestro cómico transgresor casado con el pintor extra- vagante. El innova- dor director de Els Joglars y el conservador catalán que mejor supo venderse a sí mismo, tienen puntos en común, pero también otros muchos que hasta ahora los han diferenciado. No hay duda de que es necesario conservar y aprender de Velázquez, y se acepta el homenaje y la pasión del artista de Figueras por el sevillano; claro está que el Ángelus de Millet conmueve y que de ambos puede Dalí hacer réplicas. Pero se entiende menos la necesidad de descalificar cualquier vanguardia. De ellos, con las que este personaje compartió y bebió en sus años jóvenes, apenas queda alguna retranca de la Residencia de Estudiantes en forma de “anaglifo”, o alguna alusión a Breton como figurilla del surrealismo.
    La vida de Dalí es, en sí misma, una puesta en escena, un puro histrionismo, y, quizá por ello, su representación ha tentado más de una vez. Boadella podría transgredirla, como hizo con la de Pujol o la del Papa Woytila, pero probablemente eso no hubiese causado sorpresas, bufonadas y heridas, que es lo que nuestro gran creador busca siempre. Justificar a toda costa la vida y la obra del autor, es más astutamente subversivo. Se ríe de Hitler, claro está, pero le reduce a un grotesco y casi inofensivo personaje, “una anécdota de la Historia”, como la Guerra Mundial o la dictadura de Francisco Franco, que a Dalí no le interesan, porque a él le importa la Historia, no sus anécdotas. Y así, en cada cuadro de este espectáculo, de nuevo el iconoclasta Boadella  da una vuelta de tuerca para sorprender con un apasionado canto a la neutralidad y al conservadurismo: una nueva forma de corrosión, una nueva alquimia para la provocación.
Formalmente, el espectáculo es verdaderamente grandioso, entre los mejores de los muchos y excelentes que ha hecho Els Joglars. Es verdaderamente antológica la interpretación de toda la compañía, comenzando por ese genio deslumbrante que es Ramón Fontserè-Dalí. Combina Boadella, como ya ha hecho otras veces, nuevas tecnologías –una gran pantalla electrónica, eficaz y sorprendente- con la corporeidad y la sugerencia de un hermoso decorado. Y pone de nuevo de manifiesto esa insólita sabiduría teatral para crear espacios de tensión, ritmos dramáticos, epílogos formidables a cada situación. Su dramaturgia y puesta en escena posee la genialidad de una partitura operística grandiosa, apabullante. Podría haberse venido abajo el teatro al terminar la representación, pero no ocurrió así: al público se le había castigado demasiado las tripas, razón por la que también guardó el silencio durante el espectáculo.
Enrique Centeno

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