sábado, 17 de diciembre de 2011

Maravillas de Cervantes ****

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Autor: Miguel de Cervantes. 
Versión de Andrés Amorós. 
Intérpretes: Esteve Ferrer, Anna Briansó, Nacho de Diego, 
Juan A. Codina, Fernando Sansegundo, Pilar Massa, Cristina 
Samaniego, Jesús Hierónides, Rafael Ramos de Castro,
Goizalde Núñez, Gregor Acuña, etc. 
Escenografía y vestuario: Joan J. Guillén. 
Dirección: Joan Font.
Teatro: La Comedia (Compañía Nacional de Teatro Clásico) 
(4.2000)
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Maquta
Circo y comedia del arte
La Compañía Nacional de Teatro Clásico inicia una etapa en la que su nuevo director, Andrés Amorós, tratará de rescatarla del desastre en la que se encontraba sumida en las últimas temporadas. El propósito es, al parecer, incorporar la vanguardia escénica, o la modernidad, a los textos clásicos, algo por lo que había apostado esta Compañía desde su fundación pero que se había perdido. Como paradigma de esa innovación, Amorós ha elegido, como primer director invitado, al irreverente Joan Font, bien conocido por sus lúdicos trabajos al frente de la compañía Els Comediants. No es mal comienzo, aunque, como es natural, puedan hacerse algunas objeciones al resultado.
    El subtítulo de estas Maravillas de Cervantes –en alusión a la pieza maestra de El retablo de las 
maravillas-  reza: Entremeses, magias, engaños, habladurías, elecciones, celos, hipocresías y otras fiestas. Las fiestas, como es natural, las añade Font. Lo demás está en Cervantes, cuyo teatro, como escribió en El Quijote, es “espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres  e imagen de la verdad”. Se trata de cinco entremeses cuyas versiones ha hecho el propio Amorós, y que se entrelazan mediante fragmentos de Los habladores, cuya autoría es, como se sabe, muy dudosa, pero que sirve bien para que sus pasajes funcionen como diminutos entremeses entre los otros grandes. El trabajo de adaptación clarifica vocablos y expresiones, creo yo que en ocasiones innecesarias y que nos distraen dichos o palabras clásicas que forman parte de nuestra memoria lingüística, pero que Amorós debe considerar anacrónicas.
Calificados, tradicionalmente, como de "teatro menor", nadie duda de la grandeza de estas pequeñas obras maestras. Algunas, como El viejo celoso, recogen tradiciones culturales que han llegado hasta nuestros días, y que tenían ya sus antecedentes; otro tanto pasa con El retablo de las maravillas, posiblemente el mejor entremés del siglo de oro, tomado también de antiguos relatos. Pero en cada título, en cada tema, aparece el humor crítico, la ironía y la consciencia de nuestro escritor.
Lo que hace Joan Font es, exactamente, lo que se espera de él: una fiesta de la dislocación, una mezcla de circo, de comedia dell’arte, de acrobacias y músicas. Vestuarios de fantasía con evocaciones a la vieja comedia italiana –inequívocos en algunos casos- e incluso máscaras también de aquel teatro; un juego escénico vivo, imaginativo, en un decorado como portátil o prefabricado cuya estética, a diferencia de los elementos anteriores –todo este trabajo es de Joan J. Guillén, con invenciones permanentes- es, sin embargo, feo y convencional. Tanto circo, tanta acrobacia, tanta búsqueda de la sorpresa estética, apagan a veces el texto, y en algún caso –en El Retablo, sobre todo- diluyen la fuerza dramática o crítica en aras de la búsqueda permanente del humor y del ritmo.
Toda la interpretación es impecable, bañada por ese espíritu inconfundible de su director, y con él se mueven, animados, rigurosos, divertidos y excelentemente preparados todos. Es un espectáculo, en todo caso, evanescente, y de él queda más en la memoria la forma que el fondo, porque no se ha encontrado el equilibrio entre Cervantes y la diversión propuesta, aunque ésta, sin la menor duda, se consigue sobradamente.
Enrique Centeno

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