miércoles, 11 de enero de 2012

Las chicas de Essex **

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Autora: Rebecca Prichard. 
Traducción de Planell y Abásolo. 
Intérpretes: Imelda Casanova, Ledicia Sola, 
Ruth Salas, Carmen Menager, Eugenia Sanmartín, 
Óscar Fernández. 
Música: Los Enemigos. 
Escenografía: Pedro Morales. 
Dirección: Pablo Calvo (Yacer Teatro). 
Teatro: Círculo de Bellas Artes. (9.9.1999) 
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Los mejores años

Se acaba de levantar el telón de la esperada Muestra de Teatro de las Autonomías Villa de Madrid, que será sin duda el mayor foco de atracción de la escena más viva y arriesgada de estas próximas semanas. Paradójicamente, se hace con el único texto no español de la programación, Las chicas de Essex,  primer texto de la joven dramaturga británica Rebecca Prichard (27 años, estrenó este texto en 1994 dentro de un Certamen de Jóvenes Escritores en el Royal Court, de Londres) aunque la versión hecha, aun conservando referencias del original,  con conflictos y diálogos que nos son familiares y próximos.   
No es mal sitio el pasillo de los servicios de chicas para la charla y la confidencia. Éste que se nos presenta, espectadores.con una estética de cómic que predomina en todo el montaje. Pertenece a un Instituto de enseñanza, y quienes esperan en él son tres jovencísimas alumnas. Como una de las tres cabinas está estropeada, y la otra presenta restos que la hacen inaccesible, hay tiempo para todo. En la larga espera conoceremos el pequeño y sorprendente mundo de estas adolescentes: lo que piensan de sus clases en el aula, y el mundo ajeno que en realidad viven o quieren vivir. El amor, el sexo, la amistad o los celos, las inquietudes vitales que la autora retrata muy bien y que las tres jóvenes actrices interpretan con pasmosa credibilidad. Lo hacen todo mientras juegan, saltan, bailan –la música de Los Enemigos subraya sus gustos- y permite una coreografía simpática, de estética de parchís, de movimientos y vestuario tirando a pijas-, aunque bajo la aparente frivolidad se ofrece un retrato nada lejano de lo que podríamos ver en cualquiera de nuestros centros de enseñanza. En este sentido, y también en el de su plástica, se trata de un teatro que, sin duda, conectará bien con los nuevos espectadores.
Rebecca Richard 
         Y de pronto todo se acaba. La segunda parte de la función rompe la magia optimista de aquellos años, de aquella edad. Hay un bebé que llora y amarga los días, un marido –aquel chico simpático del Instituto-  al que ha  habido que echar de casa Una existencia, en fin, muy distinta a lo que esa mujer, y su amiga que la visita, esperaban. Se cuentan sus problemas, sus dificultades cotidianas tan lejos de aquellos años que se nos mostraron en la primera parte. Lo que sucede es que el salto o el desengaño que retrata la autora, es ahora un testimonio de efectos, sin que ella misma termine de explicar las causas. Esa carencia se extiende en el desenlace, una escena muy bien hecha en la que, ante una proyección del océano, todos los personajes se reúnen en una especie de huida hacia la libertad o la felicidad que el mundo real no les ofrece.
         Es posible que la compañía Yacer Teatro sepa bien lo que pretende con este montaje, o que lo sepa Rebecca Prichard. Otra cosa es que lo transmitan, o que lo logren contar. Porque lo cierto es que el espectador contempla un producto de excelente caligrafía, una fresca interpretación, una impecable puesta en escena, sin que al final entiendan muy bien qué es lo que se nos quiere contar. Los mejores años son, sin duda, aquellos del Instituto, pero falta explicar el porqué.
Enrique Centeno

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