lunes, 7 de mayo de 2012

Entremeses barrocos **

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Autores: Calderón de la Barca, Bernardo de Quirós, Agustín Moreto.
Versión de Luis García-Araus
Intérpretes: Francesco Carril, Héctor Carballo, Mon Ceballos, Carlos Jiménez-Alfaro, 
Mamen Camacho, Julián Ortega, Paloma Sánchez de Andrés, Eva Trancón, Jesús 
Hierónides, Fernando Sendino, Jesús Calvo, José Vicente Ramón, Rebeca Hernández, 
Ángel Ramón Jiménez, Íñigo Rodríguez-Claro, Roni Misó, Víctor Rubio, Ángel Galán, 
Sergey Saprychev, Dolores Navarro.
Música: Ángel Galán (piano), Sangey Prychef (percusión), Dolores Navarro (clarinete), 
Héctor Garoz (fagot).
Escenografía: José Luis Raimind.
Vestuario: Luis García-Araus.
Iluminación: Pedro Yagüe.
Dirección: Pilar Valencia, Elisa Marina, Aitana Galán, Héctor de Saz.
Teatro: Pavón (Compañía Nacional de Teatro Clásico).
(3.5.2012)
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Todo es la plástica

Reúne y enlaza este espectáculo ocho piezas (Mojiganga de los informes de amor, Entresijo Primero, Entresijo Segundo, Entresijo Tercero, El toreador, Los degollados, de Calderón de la Barca; El muerto Eurasia y Tronera, de Bernardo de Quirós; El cortacaras, de Agustin Morata) de entremeses, jácaras o pasos. Introducciones de textos y bailes, músicas y la búsqueda de la verdadera diversión. Poco se acercan aquí al costumbrismo o farsas atacadoras hacia el propio mundo del Siglo de Oro (arrancó antes Lope de Rueda en sus Pasos, y con genio, sin duda, son los de Cervantes). No hay que pensar en la vaciedad de esta puesta en escena, lo cierto es que el escenario de la  Compañía Nacional de Teatro Clásico se ha convertido en una fiesta. 
    Entre piratas y piruetas, son ridiculeces que apenas consiguen el propósito de burlar la injusticia y la falsedad. Lo que menos importa es resolver  la dificultad de los textos, sino más bien ordenar una rueda de circo en la que se mezcla la zarzuela buffa, los disfraces atractivos, o  la magnífica compañía dedicada a acciones, saltos, piruetas o músicas de aquí o de allá: incluso utilizan a uno de los personajes que ocupará  la escena con una maltocada guitarra eléctrica. Es imposible averiguar a dónde lleva esta representación. Lo quieran o no, el resultado es de una continua jácara. Hay algún momento en que los personajes dan saltos, o caminan adelante o atrás en coreografías disparatadas -aquí no hay sociedad alguna-, gritos y carreras por los pasillos. Puntualmente se conserva el interés textual, con diálogos que, en general, poco se entienden en su vocalización y la valoración de los versos. Lo que importa es la carcajada.
El arranque de este montaje hace entu- siasmarnos con la pre- sentación bri- llante, formi- dablemente realizada por los cuatro directores. Lo será durante sus dos fatigo- sas horas y esperaremos lo que ocurrirá después. El resultado es la bufonada y el descuidado contenido de los textos. El procedimiento va descendiendo: ya hemos admirado la forma física, su acrobacia contorsionista o los malabarismos entre payasos que hablan demasiado. Es todo un circo sin que apenas nos importe lo que cuentan. 
    Cómo no admirar y respetar a un enorme elenco, muchos de ellos conocidos y admirados, pero siempre víctimas de la mala dirección de actores. Una larga lista podría confirmarlo.
    Merecen la admiración. No sabemos dónde están aquellos Pasos y Entremeses, crueles a veces en el desgarrado ataque de sus autores. Al final, el público del estreno los despide  con entusiasmo por el  lucimiento  de esta función. Se sale del teatro con la reflexión vacía y el desconocimiento del testimonio social de este original barroco. 
Enrique Centeno

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