miércoles, 23 de noviembre de 2011

No son todos ruiseñores **

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Autor: Lope de Vega.
Dramaturgia de Yolanda Pallín.
Intérpretes: Fernando Sendino, Montse Díez, Lucía
Quintana, José Luis Patiño, Francisco Rojas, Antonio
Molero, Nuria Mencía.
Escenografía y vestuario: Tatiana Hernández.
Dirección: Eduardo Vasco.
Teatro: La Abadía. (29.4.2000)
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Un experimento perverso

Sabía mucho el vividor Lope de Vega, de enredos y amoríos; y los sabía plasmar en esa filigrana de versificación tan suya, tan fácil en apariencia –“en horas veinticuatro pasaron de las musas al teatro”-, y tan llena de ingenio, como en esta casi desconocida comedia que la compañía Noviembre ha rescatado y cuya versión ha hecho la autora Yolanda Pallín. Lo que queda hoy por encima de aquellas tramas -que se anticiparon en siglos al vodevil moderno-, son otras cosas, claro está, porque las boberías de la comedia de enredo se sostenían en una peculiar cultura y sociedad, ante unos públicos muy diferentes y ya lejanos.
    Lo anteriormente dicho, hace que podamos disfrutar con aquel género: su estética; su testimonio; su recreación temporal, nos procura el entretenimiento y hace volar la imaginación a otros mundos, a aquel pasado: alguien dijo que nada como el teatro sirve para conocer la historia de los pueblos, incluso más que los escritos de los historiadores. Yo creo que la actualización de un texto de este género carece de sentido, y que ilustrarlo con canciones de Sinatra, vestir a sus personajes en época actual, e incluso hacer un soneto a ritmo de rap, es someter a Lope a una confrontación perversa en sí misma. Lo cual, desde luego, no sucede cuando se hace con sus dramas o tragedias, del mismo modo que Shakespeare soporta bien el paso a nuestros días. No se trata de negar esa tentación, sino de discriminar qué obras se prestan, y cuáles no, a la traslación.
Porque situando No todo son ruiseñores en nuestros días queda ya, simplemente, el juego tonto del enredo, el vodevil tantas veces visto, y que se soporta, exclusivamente, por su gracia verbal, y no por ninguno de los recursos estéticos modernos que en este montaje se han incorporado. Es más, afirmamos que es un trabajo perverso en el sentido de que si se descontextualiza a Lope, cabe el peligro de equipararlo a Feydeau o a cualquier otro autor del vodevil moderno. Lo cual sería un disparate que, sin duda, no pretende esta compañía.
    Es excelente, por otra parte, prescindiendo de la equivocada idea del montaje. Queremos decir que ha dirigido muy bien Eduardo Vasco, con movimientos y ritmos escénicos sabios, aislando o conjuntando las escenas con maestría. Como también todos los intérpretes dan muestras, en su evidente disciplina y trabajo, de no poco talento. En esta ocasión son los dos personajes toscos a quienes el público espera aparecer: por el texto en sí, porque lo dicen bien la formidable actriz Nuria Mencía –arrasadora-, y el no menos brillante Antonio Molero. Citas que no impiden reconocer también el trabajo del resto, como el de Fernando Sendino –que necesita aún unas clases de verso-, Montse Díez, Lucía Quintana –fresca, desenvuelta-, José Luis Patiño y Francisco Rojas, quizá el más aplomado en el verso. De todos modos, y parafraseando al propio Lope en su famoso soneto, cuando la comedia concluye, puede decirse aquello de “fuese y no hubo nada”.
Enrique Centeno

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