sábado, 23 de junio de 2012

Comida *

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Autora: Matin van Veldhuizen.
Traducción y dramaturgia de Ronald Brouwer.
Intérpretes: Trinidad Iglesias, Lucina Gil, Yoel Barnatán.
Escenografía: Manolo González.
Vestuario: Carolina Menéndez
Dirección: Natalia Menéndez.
Teatro: Círculo de Bellas Artes. (12.11.1999)
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Lo más terrible

 En realidad no se llega a comer en esta obra, a pesar de su título. Lo que ocurre es que hay una cena pendiente que nunca llegará a celebrarse, y que la ingestión es el referente común de estos personajes. Son tres hermanas, una de ellas bulímica; otra anoréxica, y la tercera alcohólica. Se han reunido para conmemorar el aniversario de la muerte de la madre, y entre ellas se adivina, desde el principio, una especial tensión. Hablan primero muchísimo, para que vayamos conociendo sus respectivas dedicaciones, su historia familiar –una de ellas es hija de distinto padre-, sus enfermedades, y cómo se enfrentan a ellas.
    Todo ello interesa poquísimo, porque el texto carece de sentido de lo teatral, resulta monótono, y no hay acciones o juego dramático que sustenten la larga conversación; ni el largo e injustificado monólogo con el que una de ellas abre la función, por muy bien que lo defienda Trinidad Iglesias, que hace un buen trabajo en toda la representación. De modo, que hay que esperar a los últimos momentos de la obra para que todo aquello se tensione y cobre un color y una textura teatral, que es lo que le falta a la autora (es holandesa, y no se percibe razón o motivo alguno para su traducción y puesta en escena, y es de esperar que pueda aprender muchísimo de esta representación, corregir notables defectos, y asumir que la escena precisa de recursos muy distintos a los de su prosa cuidada y literaria).
    La representación descansa, sobre todo, en el trabajo de las actrices. Ya se ha citado el buen hacer de Trinidad Iglesias, en tanto Lucina Gil y Yael Barnatán hacen con esfuerzo y discreción sus personajes, con cierta timidez y sin entrar al fondo de sus respectivos dramas. Aunque puede que el texto tampoco les permite mucho más. Esa sensación de que el original apenas ofrece mucho más para ell trabajo de dirección. Se ha encargado la actriz Natalia Menéndez, que no puede, durante cerca de una hora, limpiar acciones, centrar el género -que se debate entre la comedia y la tragedia, de modo confuso- o lograr el clímax en los diferentes momentos y las  situaciones que se van creando. Tampoco le ayuda una escenografía extraña, una especie de cubos o poliedros de tela metálica fríos e incomprensibles, sobre los que se ha colgado una gran máscara que alude a los distintos padres –culpables en el fondo, cómo no- de esta desintegrada familia.
       Es poco expresivo decir que una representación resulta aburrida, aunque hay casos en los que, como en éste, sería el adecuado adjetivo; lo más terrible que puede suceder en un espectáculo teatral. El tema y la situación prometen mucho más, pero, al parecer, la autora no ha querido hacerlo crecer, o no ha sabido: elementos dramáticos, acciones que rompan una larga unidad de acción, sería precisos para que las expectativas se cumplieran. Así resulta muy poquita cosa.
Enrique Centeno

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