jueves, 12 de abril de 2012

Elsa Schneider *

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Autor: Sergi Belbel.
Intérpretes: Belén Guerra, Sonia Baena, 
María Isasi.
Vestuario: Manuel Castaño. 
Escenografía: David Mortol. 
Dirección: Julián Quintanilla.
Teatro: Pradillo. (14.10.1999)
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Desde el interior de Romy Schneider

Escrita en 1987 y estrenada poco después, en un excelente montaje esta Elsa Schneider , obra muy característica de la etapa más juvenil de Belbel (sigue siendo joven, pero escribió el texto que comentamos a los 25 años), y aparecen en ella los rasgos de su escritura y, sobre todo, de sus originales estructuras. Aunque la obra se organiza en una serie de monólogos, distribuye en tres diferentes personajes que son, al mismo tiempo, tres caras de la misma mujer.
  El título encierra una pequeña trampa: adaptada de la novela de Arthur Schnitzler Señorita Elsa –circunstancia que no se menciona en el programa de mano-, el personaje retratado no es sino la actriz Romy Schneider. Una personalidad sugestiva que evolucionó a lo largo de su vida, desde la ingenua Sissi hasta poder mostrar su dimensión de magnífica actriz terminando finalmente con su suicidio. Como hacía el austriaco  Schnitzler en su clásica La Ronda, los tres supuestos personajes van relevándose en escena haciendo una de Elsa, otra de Schneider y, finalmente, la tercera de Elsa Schneider. El juego le permite a su autor enriquecer no ya los diferentes procesos, sino mostrando la personalidad poliédrica, atormentada y dispersa de la verdadera protagonista en la que se ha inspirado.
    La lectura y la representación de este texto, en su momento suscitaron un indudable interés. Precisa, claro está, de una dirección y de unas actrices que se lo juegan todo y  que deben construir personajes nada fáciles. En ese sentido, la audacia o el atrevimiento de las tres muchachas que intervienen ahora en esta reposición, es lo más admirable de todo el trabajo. Precipitadas, con las voces sin educar, sin sentido de la pausa o de la intreriorización, el juego se convierte en una sucesión de parlamentos incomprensibles, en tanto que la dirección, que da muestras de claras torpezas, no ha sabido descodificar la propuesta del autor. El teatro minimalista de Sergi Belbel nada tiene que ver con una ceremonia de la confusión. Su peculiar forma de dialogar y de construir de personajes huye de cualquier convención, y por eso es preciso una inteligente descodificación, para que tales apuestas –independientemente de su valoración- salgan adelante. Porque, a pesar de la apariencia, ni éste ni ninguno de los títulos del autor en una torre de Babel, que es lo que esta diletante compañía ha hecho con el escritor catalán.
Enrique Centeno

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