sábado, 24 de enero de 2009

El encuentro de Descartes con Pascal joven ***


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Autor: Jean-Claud Brisville.
(Traducción de Mauro Armiño)
Intérpretes: Josep-Maria FlotatsAlbert Triola.
Versión y Dirección: Josep Maria Flotats.
Teatro: Español (22.1.1999)
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Temas históricos son, frecuentemente, inspiración en el teatro. El francés Jean-Claude Brisville (1922) imaginó el enfrentamiento entre el eclesiástico Talleyrand y el general Fouché, con el éxito de La cena. En esta ocasión, ha elegido la creación de El encuentro de Descartes con Pascal joven. El hecho fue real, aunque el contenido de aquellas horas nunca fue conocido. René Descartes (1596-1650) residió sus últimos años en un convento, y allí acudió el joven Blaise Pascal (1623-1662): dos fundamentales de la filosofía, la matemática y la geometría. El dramaturgo es el falso fantasma que contempla y relata la diferencia ideológica entre la apertura de la Razón frente al virus religioso.
La función ocurre en una sala sencilla, con una mesa en la que, frente a frente, se desarrolla la conversación. En su dirección, Josep-Maria Flotats no ha deseado recurso alguno; una vela entre ellos con una iluminación sencilla. Ni siquiera ha empleado música de fondo. Entran juntos a la estancia, también limpiamente: podría haberse escuchado, por ejemplo, el Concierto de El Otoño, de Bach en los últimos cuatro años de la vida de Descartes, o el Opus para el veinteañero Pascal.
    Descartes apenas desea la discusión, y manifiesta sus lecciones suavemente, con voces lentas, con silencios, con cierta ironía que provoca varias burlas o el humor: a veces con un estilo provocadamente frailero o jesuita, cuyo poder filosófico no desprecia a Pascal, todavía un jovencito perdido. La duda, continua, tras sus años de estudios e investigaciones. Son Las reglas del método –revolucionario avance de la Filosofía-, esas frases clásicas, como la de “jamás cosa alguna será verdad sin haberla conocido con evidencia”. El más iniciado estudiante conoce aquél “Pienso, luego existo”.


Pascal se presenta tímido ante el maestro, va subiendo la conversación hasta intentar un debate, una controversia en la que él le responde muy pocas veces en sus equivocaciones. Surgen así las importantes ideas del joven reaccionario, para convencer de la religión, señalar los pecados y los malos gozos. Aun sin oírse en música alguna, el Opus (Dei) le arrastra en todos sus argumentos desde su asiento, donde recibe una especie de ataque epiléptico, o la repulsión del escándalo interno, que él explica con dolor puramente físico. Una de sus afirmaciones filosóficas es muy conocida, frente al racionalismo, porque “Dios es sensible al corazón, no a la razón” (Ahí queda eso).
 La obra es breve, una hora y diez minutos en un completo silencio ante ese diálogo, un texto limpio, ameno, que subraya las contestaciones y respuestas de Descartes, como si aún lo viéramos hoy. Es la gramática, el 2 x 2 = 4. El actor Flotats, aunque no lo buscara, da de nuevo su lección, porque cada personaje es una creación diferente, de expresiones corporales, de frases rompedoras. En el Teatro Español, el día del estreno, recordé –si no me equivoco- que estas tablas las pisó por primera vez con su impresionante Cyrano –dirigido por Mauricio Scaparro-, hace, justamente, veinte años. Está en la memoria el mejor Ronsard, entre los repetidos montajes en este teatro. Por su parte, Albert Triola es un buen actor, con un personaje difícil de un Pascal hundido, primero tópico, después luchador y, en el fondo de su conversación absorbido en el frente a frente.


Enrique Centeno

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