lunes, 13 de febrero de 2012

La Celestina *

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Autor: Fernando de Rojas.
Versión de Luis García Montero.
Intérpretes: Nati Mistral, Israel Elejalde, Eva García, Alberto Alonso, Lola
Peno, Jaime Tijeras, Jaime Linares, Carmen Serrano, María Dolores
IsabelCordón, Isabel Pintor, José María Barbero, Enrique Menéndez, Juanjo 
López, Juan Antonio Molina.
Vestuario: Victorio & Lucchino.
Escenografía y dirección: Joaquín Vida.
Teatro: Albéniz. (2.12.1999).
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La historia de la puta vieja


A punto de terminar el quinto centenario de la primera edición de La Celestina, llega a los escenarios de Madrid, por fin, un montaje del segundo texto más universal de nuestra literatura. Se encuentra en esta ciudad la sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, pero su ya dimitido director no tuvo la iniciativa de regalarnos este título obligado, ya fuera en un nuevo montaje o la reposición del que hizo Marsillach, hace 11 años, en la Compañía Nacional de Teatro Clásico,  que a él le usurparon.
    La Celestina se representa siempre versionada o adaptada: Alejandro Casona, Camilo José Cela, Torrente Ballester, y otros escritores se han encargado de su reducción o aproximación, tratando de desvelar los grandes misterios de esta magna e inquietante obra. Pórtico de nuestro Renacimiento y cuyas incógnitas van desvelándose por la crítica literaria interminablemente.
Es un montaje de alto riesgo, que hay que afrontar con muchísima responsabilidad. También se puede, claro está, caer en el convencionalismo, y hacer una versión reducida que no intente ni arriesgue nada. Éste es el caso del montaje de Joaquín Vida.
    Además de la obligada reducción del texto, el adaptador, Luis García Montero, ha introducido un nuevo personaje, el de Fernando de Rojas, que aparece pastoso y pesadísimo, recitando en melopea insoportable textos del prólogo, que en su día escribió el autor y colándose, omniscente, entre sus personajes y decorados.                 La adaptación también consiste en vulgarizar expresiones, y modernizar gratuitamente otras. El director, por su parte, ha dispuesto de un decorado voluminoso, retratista, falso en su cartón piedra, renunciando, expresamente, a cualquier interpretación o imaginación, y creando, además, espacios incomprensibles para la acción (una tapia a la que todo el mundo tiene acceso, una escala que no existe, un jardín que no es tal, etc.), a pesar de pretender una iconografía naturalista.
    El otro desafío de La Celestina es, cómo no, su reparto. Celestina mismo, vamos. Lo han hecho eso que venimos en llamar monstruos de la escena, como Irene López Heredia, Milagros Leal, Irene Gutiérrez Caba o Amparo Rivelles. O los menos viejos., como María Jesús Valdés, Rodero, Asunción Sancho, Agustín González. Se nos dirá que eran otros tiempos, que hoy los jóvenes ya no saben hablar –como el caso de este desdichado Calisto -que precisa urgentemente de unas clases-, que no se saben mover –como la Melibea que acabamos de ver, hermosa y más bien vulgar-, y que los actores de verdad –Alberto Alonso, Enrique Menéndez, que recita muy bien el famoso llanto de Pleberio- ya son hoy secundarios. Y Nati, claro. Nati Mistral. Por eso se ha montado este espectáculo. Por eso han ido los indeseables de la prensa repulsiva al estreno, por eso han asistido miembros de la Casa Real. Claro está que Nati Mistral no tiene la culpa, supongo.
    Que el quinto centenario de La Celestina se convierta en un acontecimiento de famoseo casi produce dolor. Volviendo a Nati: hace lo que sabe, lo que se espera de ella, lo que ella sabe que los demás quieren que haga. O sea, de ella misma. De esta traición al personaje femenino más formidable de nuestra literatura, no tiene ella responsabilidad alguna: si Joaquín Vida se lo ofreció, es precisamente para eso. Y ahí está Mistral: recitativa, cantarina, como un muñeco de Canal Plus, haciendo de ella misma, recreándose en su divismo, con la energía de siempre; sin entender, ni poco ni demasiado, a su personaje, pisando y llenando las tablas con ese poderío suyo, en el que a cada momento parece que, de nuevo, nos va a recitar, desmelenada, a León y Quiroga. Qué mujer.
    Así, en casi cuatro horas de representación, nuestras gentes de teatro han hecho la conmemoración de La Celestina. Para espanto del orbe, que diría el mismísmo bachiller de La Puebla de Montalbán.
Enrique Centeno  


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