domingo, 15 de julio de 2012

Duda razonable **


___________________________________________________
Autor: Borja Ortiz de Gondra.
Intérpretes: Marcial Álvarez, Ana Pimenta, Celia Pastor, Alberto Huici.
Escenografía: José Tomé.
Música: Iñaxi Salvador.
Iluminación: Xavier Lozano.
Vestuario: Ana Turrillas.
Audiovisual: David Bernues.
Dirección: Josep María Mestres.
Teatro: Cuarta Pared. (11.7.2012)
_____________________________________________________________
La crueldad y el miedo

Fotografías de M. Díaz Roda

Se nos presenta a este joven matrimonio en su iluminado apartamento, donde ella dedica el tiempo a su trabajo como periodista ante un ordenador. Todo es –más o menos- una comedia tranquila, entre las discusiones, pero enseguida comenzarán las variables acciones de intriga y búsqueda ante una inesperada aparición en la casa, y que el escritor quiere mantener  en su misterio: se presenta la violencia y el maltrato a la mujer. Hay diferentes reacciones, la intervención o la mirada hacia otro lado. La idea de esta obra parte de Iñaki Salvador, Ana Pimenta y del dramaturgo Borja Ortiz de Gomera, encargado de la obra a través de los ensayos. Surgió, al parecer, de una conocida noticia en la que un ciudadano intervino para evitar los golpes que recibía una mujer: recibió entonces una brutal paliza que le llevó al hospital con una hemorragia cerebral. La mujer a la que intentó ayudar, negó después su maltrato, y no quiso hacer la denuncia (incluso cobraba dinero a cambio de entrevistas). ¿Qué haríamos entonces los demás?. Las mujeres ya van incorporándose al enfrentamiento legal ante las agresiones; son aún muy pocas, y ese es el tema principal del drama, sirviéndonos  un efervescente ácido.
Levemente, vamos viendo algunos desacuerdos: el deseo de Olga de tener un hijo y la larga negación de Javier, dedicado exclusivamente a su ambición profesional; o el tiempo que le impide a ella hacer poca cosa más que cada columna diaria. No importa: lo fundamental es la reacción, ante la exclusiva  dedicación de Javier a la Universidad como profesor. En frente, Olga, columnista, comprometida en sus artículos, será quien investiga y provoca la búsqueda del maltratador, sufriendo la violencia del marido. Todas son perdedoras.

Ya en los años cincuenta, los comediógrafos descubrieron que el teléfono era un chollo para resolver escenas, escapar de las acciones, o, simplemente, ahorrar personajes. A uno le comunican que alguien no llegará; que le anunciarán un plantón; que logra una cita; que le notifican la muerte de su madre; que le abandona su mujer.…; un millón de recursos para salvar o integrar, cómodamente, el desarrollo teatral. Cuando vemos en el decorado un teléfono, temblamos (como cuando en una película la cámara nos muestra una casual pistola guardada en un cajón). Aquí, la inquietud se produce con una llamada al  móvil, ahí olvidado –con bolso incluido- por la joven Lucía, empleada de la limpieza en el domicilio: lo descuelgan y escuchan unas voces violentas hacia la muchacha. (Sabemos que el dramaturgo Borja Ortiz de Gondra no necesitaría ese recurso. Pero vayamos al asunto).
Sospechas y dudas acerca del maltrato que sufre Lucía – lo hace bien, a pesar de que a veces no se le escucha, sobre todo en una importante conversación con Olga-, quien lo va ocultando, incluso en su aparición después con un brazo escayolado. Tardaremos mucho en conocer la verdad, porque la tensión dramática se desarrolla en la intriga, rompiéndose en cada cuadro -thriller-: con los tres personajes junto al desagradable padre –lo borda Alberto Huici-, dudoso y sospechoso. Todo va siendo cada vez más ácido. Un catedrático de la Universidad está acusado de abuso, en su despacho, hacia una de sus alumnas, cuestión que conocemos por el relato de Javier. Hay aquí también otro miedo, porque son frecuentes las trampas y falsedades de las estudiantes,  para lograr las deseadas notas.
Nuestro personaje sabe defenderse de su alumna Lucía –algo forzado-, ignorando que trabaja en su domicilio. Una fuerte escena en la que, como en toda la representación, el actor Marcial Álvarez hace un trabajo extraordinario, rico y asombroso en sus diferentes situaciones. Es una escena impresionante (tema que creó el inalcanzable David Mamet en Oleanna, estrenada en España en 1994).
La inquieta Olga sigue buscando al maltratador de la joven. Lo interpreta, formidablemente, Ana Pimenta, a veces con ironía, comprometida, luchadora en defensa de la mujer. Es un personaje pacífico que, en su interior, busca, como feminista imparable, hasta resolver esa interminable duda con cruel final.
La tragedia y la conclusión se monta como el testimonio de la violencia machista y sus asesinatos. Es un llanto, porque sabemos lo que sucede cada día.
Lo dirige muy bien, seguro que con dolor, Joseph María Mestres, superando algunas prolongaciones del texto. Ayuda mucho un audiovisual -David Bernues-, como testimonio de las reflexiones y mensajes que estremecen. No puede uno salir más que mudo.
Enrique Centeno

lunes, 2 de julio de 2012

No somos ángeles **


_______________________________________
Autora: María Caudevilla.
Intérpretes: Luis Escudero, Quique Fernández, José Manjón,
 Elisa Nuño, Ximena Vera.
Escenografía: M. Caudevilla, Cecilia Llama.
Vestuario: Nónicade la Morena, Matías Zanotti.
Iluminación: Flavia Mayans.
Dirección: María Caudevilla.
Teatro: Cuarta Pared. (29.6.2012)
______________________________________


Alas caídas
Es este un canto de amor. De recuerdos tristes y de esperanza. Viven en los fracasos pasados, con el intento del hoy y el sueño del futuro. Arranca esta visión con un ángel alado –se llama Clara- desde el centro del escenario –el público en dos laterales-, entre el sueño y el inicio. Son cinco personajes a quienes iremos conociendo. Es la historia de los amigos unidos en sus pasos por la vida.
    Desde adelante y hacia atrás: biografías llenas de tristeza, pérdida del amor, un accidente que causa una grave minusvalía en uno de ellos, imágenes de relato y esperanzas en un improvisado teatrito de marionetas. Procedimientos con cambios de escena, de retratos sobre el pasado.
    Lo que más importa es la belleza del texto. Su autora, María Caudevilla, lo elabora entre el pensamiento vital, y es sin duda su inspiración. Casi son versos en prosa, alegorías por donde puede andar igual Rafael Alberto –Sobre los ángeles-, el misticismo de San Juan de la Cruz o versículos de la Biblia. Ella misma dirige el montaje -rico en abundantes cambios, y una iluminación , diseñada por Flavio Mayans, de aislamientos o símbolos de estrellas celestes.
    El pasado es sobre todo triste. Caudevilla no frena en su duración, con un corazón tierno y volcado. Es ciertamente hermoso; una literatura excesivamente prolongada, inspirada y, sin embargo, su larga extensión –hora y media- es demasiado para desbordarse: algo cansa, al igual que podría ser imposible leer de un tirón un libro de poesías.
    Este reparto es excepcional, y los cinco intérpretes son voces y gestos preciosos, sentimentales y bien asumidos. La compañía Baraka cuenta con ese imprescindible dominio de ritmos y voces encajados: Lluís Escudero, Quique Fernández, José Manjón, Elisa Niño, y Ximena Vera. Todos hemos escuchado con sensibilidad la tristeza y el dolor de ese ángel, que terminará arrojando sus propias alas. Es el despido de la inexistencia.
 Enrique Centeno

domingo, 24 de junio de 2012

Cyrano de Bergerac **

__________________________________________________
Autor: Edmond Rostand. 
Traducción y adaptación de Jaime y Laura Campmany. 
Intérpretes: Manuel Galiana, Juan Carlos Naya, Manuel Gallardo, 
José Carabias, Paula Sebastián, Antonio Medina, Juan Lombardero, 
Ana María Vidal, África Prat.
Escenografía: Gil Parrondo,.
Vestuario: Javier Artiñano.
Dirección: Mara Recatero. 
Supervisión general: Gustavo Pérez Puig. 
Teatro:  Español. (5.2.2000)
________________________________________________



Cyrano, el Romeo perdedor
Este es un drama romántico escrito cuando ya había muerto el Romanticismo. Fue Rostand uno de los escritores de la reacción: al positivismo, al realismo y a los nuevos aires culturales de la Francia de entre dos siglos (Zola). Pero el salto atrás de las tendencias, el anacronismo, no impide que a veces se produzcan obras prodigiosas. Esta es, sin duda, una de ellas. La historia del otro Romeo, el perdedor; la del antigalán del personaje quijotesco (hay explícitas alusiones a la obra de Cervantes). Nadie suele llegar a poseer a Julieta, se acostumbran a estar insatisfechos de sí mismos, y quisiera, además, ser un quijote. Le gusta identificarse con este entrañable personaje que su autor obtuvo, en parte, de la vida real.
La adaptación castellana la han hecho Jaime y Laura Campmany con soltura, versificando sobre el original, todo en pareados alejandrinos (más o menos, claro está, aunque las imperfecciones son mayores cuando los actores estropean los ritmos, las sinalefas, los hiatos, con ese defecto ya al parecer incurable de nuestros cómicos).    El espectáculo que ahora se presenta en el teatro Español es, curiosamente, otra reacción. Se ha acudido a un escenógrafo –Gil Parrondo- especializado en reproducir espacios verosímiles, imitativos, grandiosos en su cartón piedra que impiden la menor sugerencia, y le dan todo hecho al espectador. Iluminación plana –torpe, incluso-, movimientos corales –un elenco casi ostentoso que se apretuja en el gran escenario- sin gracia, colores de fondo que recuerdan esas bellas postales de estanco. 
Diseños de Cyrano
y Roxana. (Artoñano)
Al igual que en su día, media Francia se alineó con las tendencias conservadoras, este espectáculo tendrá también éxito. Lo ha dirigido Mara Recatero y la supervisión general la hace su esposo,  Gustavo Pérez Puig, que es el director del teatro Español. Recatero ha dado ya sobradas muestras de sus capacidades y de sus incapacidades, de modo que no sorprende que en este montaje no exista tensión interna. Da la impresión de que, a  veces, no se sabe qué es lo que se declama, la evolución de los personajes y de la acción; así, como el lamentable tráfico escénico. No importa: este teatro antiguo tiene su público, decimos. Poco exigente con Manuel Galiana, muy querido por todos nosotros; con Juan Carlos Naya -tan insípido como siempre-, o con una Paula Sebastián, cuyo papel de Roxana jamás llega uno a creérselo.
 El teatro Español sigue, por tanto, negándose a incorporarse a la escena contemporánea, a las nuevas tendencias, a lenguajes estéticos de nuestros días, o a la llamada a jóvenes espectadores que pertenecen a otra forma de concebir el arte. Se dirá que no tiene por qué hacerlo, como no lo hace el propio ayuntamiento de Madrid, del que depende: es cierto, y en ese sentido Pérez Puig está consiguiendo ser el director perfecto para el primer coliseo de la capital de España. 
 Enrique Centeno

Criaturas! ****

________________________________________________

Autores:  Sergi Belbel, Paco Mir, Miriam Iscl
 David Plana, Joan Ollé, Yolanda G. Serrano, 
Josep P. Peyró, Ágata Roca, Jordi Mollà.
Intérpretes: Mamen Duch, Miriam Iscla, María Lanau, Marta Pérez.
Vestuario: César Olivar.
Escenografía: Jon Berrondo.
Iluninación: Tito Rueda.
Dirección: David Plana (Compañía T de Teatre).
Teatro: Lara. (21.9.1999)
__________________________________________________________________



Esos niños tan monos

Ha vuelto T de Teatre, las descaradas actrices que hace dos años aparecieron por Madrid –son de Barcelona, formadas en el Institut del Teatre- para ocupar, unos días previos a la temporada, y que se quedaron el resto de ella para atender el formidable éxito conseguido con este Hombres! La compañía se ha reducido de cinco a cuatro actrices, y una de ellas, además, es nueva. No importa: los procedimientos, el estilo, los propósitos y el resultado de esta Criaturas mantienen e incluso superan la calidad y eficacia del anterior trabajo.
De nuevo se ha recurrido a varios autores, para organizar el espectáculo en cuadros cortos -un total de 15-, y la diferente procedencia de los escritores no impide que las jóvenes actrices, con una muy hábil dirección de David Plana, consigan dar una unidad de estilo. El tema común son los niños, claro está: las criaturas del título. Sus servidumbres, es decir, la otra cara del angelical bebé y la contemplación; el odio que pueden generar a madres cuya vida se convierte en un infierno por su causa; el antes y el después de una pareja con niño; el fracaso de cualquier modelo educativo; el retrato de niños repelentes, bobos o egoístas, entre matrimonios cuyos maridos, sebosos e insoportables, han optado por entregarse a las retransmisiones de fútbol. Todo ello, y otros temas muy recurrentes sobre críos y sobre adultos, se cuenta con un extraordinario sentido del humor, pero las anécdotas poseen la acidez de la propia verdad, la cara brutal de situaciones cotidianas cuya poética se convierte aquí en un cruel sarcasmo.
    Aunque hay una ingeniosa galería de personajes, que van desfilando en monólogos y confesiones, el espectáculo es, sobre todo, coral, porque todas ellas intervienen continuamente, trasladan diálogos al unísono, y el espectador espera, precisa- mente, esa confluencia de personajes. Lo cual se hace, por parte de las cuatro, con una soltura y un desparpajo bajo el cual se deja ver un depurado conocimiento del trabajo actoral que, en algunos momentos, resulta sencillamente antológico. Imitaciones, composición de tipos, credibilidad aun dentro del tono de farsa, e incluso un guiño al público desde los propios personajes, son algunas de las claves de estas magníficas actrices.
    El resultado es un espectáculo singular que disipa cualquier prejuicio sobre una posible repetición de aquel Hombres!  Se ha trabajado mucho más en el juego escénico, en el decorado y la iluminación, que consiguen hermosos efectos y, sobre todo, los registros y el talento de las intérpretes ha crecido. También los textos –casi todos- son excelentes, aunque se tiene la impresión de que gran parte de su calidad se lo dan las manos de estas chicas.
    El éxito del espectáculo fue absoluto la noche del estreno. Criaturas habla de las cosas que nos rodean, de lo que nos importa del día a día. Y reflexiona sobre nuestra propia condición con la misma mirada crítica y sarcástica del mejor teatro de comedia. Por ello es de esperar que estemos ante uno de los sucesos de la temporada.
Enrique Centeno



sábado, 23 de junio de 2012

Con cierto desconcierto ●

________________________________________

Autores: Norberto di Giorno y Miguel Molina.
Intérpretes: Norberto di Giorno, Lola de Cea (piano).
Dirección: Miguel de Molina.
Teatro: Alfil. (10.5.2000)
_______________________________________________________

Cada uno en su sitio

Norberto di Giorno, travestido como
 Psicosis Gonsáles

El cabaret español fue siempre para señoritos, muy especialmente el que se hizo en el último medio siglo; señoritos que iban a ver de madrugada a las señoritas, que  ofrecían encantos físicos, prohibidos para el resto de los mortales. En aquel negro contexto social es cuando se inicia el travestismo como espectáculo: para señoritos homosexuales, para juerguistas de adictos al régimen. Un ambiente que retrató muy bien nuestro autor Rodríguez Méndez en su  inolvidable Flor de otoño. El género del travestismo se popularizó un poco más tarde: el Plata de Zaragoza o el templo que fue El Molino barcelonés. Y hubo grandes artistas de un género que admite casi de todo. El más venerado fue, quizá Paco España, por su audacia, por ser el primero que no actuaba para babosos, sino para mentes normales; el gran Ochoa aportó su inteligencia; Fama –Fernando Telletxea- sus portentosas cualidades vocales. Ninguno de estos fenómenos, o similares, parecen ser ya del gusto del público, aunque han escrito páginas del mejor teatro de cabaret.
    Psicosis Gonsáles se diferencia de todos ellos en varias cosas. La principal es que su actuación parece pertenecer a la caspa y la baba de un tiempo, afortunadamente perdido, en el que el aspecto artístico no importaba, y sí la iconografía transexual que, en sí misma, se puede hoy obtener en una tienda de disfraces,   que ni es subversiva ni sorprendente. De modo que habrá que ver qué es lo que este/a artista nos ofrece desde el escenario aparte de sus flecos y sus medias de rejilla. Canta mal, muy mal; sus guiones –que además se los escriben- son viejos, tópicos, vulgares, con pretensiones de transgredir, pero inocentes como un cuento infantil. Su supuesta comunicabilidad con el público consiste en zafias provocaciones, violentas invitaciones a la intervención, insultos impertinentes a quien se le antoja, y un absoluto desdén hacia todo lo que no sea ese tonto cuerpo, y ese lenguaje de furcia que es lo que alimenta el penoso espectáculo. Y va desgranando ordinarieces sin ingenio, esta “psicótica” Gonsáles  con la misma patosería que el borrachín a los postres de una boda hortera. En casi una hora no conseguimos adivinar dónde estaba el arte de este presunto artista, cuyo sitio no sé si podría encontrarse en aquellos cabarets clandestinos de posguerra para señoritos y chulos, pero que desde luego no era el escenario de un teatro. Por eso, como otros vecinos de butaca hicieron, aprovechamos uno de los oscuros para huir hacia la salida: se estaba mejor fuera.
Erique Centeno


Como los griegos **

________________________________________________

Autor: Steven Berkoff. 
Traducción de Carla Matteini. 
Intérpretes: Juan Antonio Lumbreras, Lucía Quintana, 
Paco Deniz, Natalia Hernández, Eva Trancón. 
Dirección: Alfredo Sanzol. 
Teatro: Centro Cultural Galileo.
__________________________________________
Fotos de Julián Peña
Sin genio pero con brío

De nuevo se nos presenta eso que en el lenguaje del cine suele llamarse un remarke. Steven Berkoff fue niño terrible en la Inglaterra de la Thatcher, y llegó esta obra a España hace ya ocho años, cuando su apuesta era extraordinariamente corrosiva. Edipo es un mito, una referencia que él trasladó a su propio mundo, de un modo transgresor, disparatado, casi petardista. Lo montó entonces el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas –ya desaparecido- y nos produjo a todos esa especial conmoción de lo nuevo, de lo inusual, de lo vivo. La obra respira todavía, desde luego, pero ya no es lo mismo. Quienes lo hacen ahora son jóvenes creadores, y cabría preguntarse qué induce a la vuelta atrás, en lugar de sorprender con nuevas apuestas, nuevos textos, nuevos estilos. En ese sentido, vaya por delante la objeción clara a la carencia de alternativas diferentes a las ya vistas.
 Todo lo anteriormente dicho nada tiene que ver con la valoración de la puesta en escena que ahora se hace, sino más bien con la falta de imaginación o de conocimiento (se nos informa que el equipo procede de la Escuela Superior de Arte Dramático, donde se supone el acceso a nuevas dramaturgias y nuevos textos, españoles o no), porque, verdaderamente el trabajo es notable. Notable en el sentido más escolástico, como calificación a un trabajo encorsetado todavía, en el que no aparece la genialidad pero sí la formación, el rigor, el conocimiento de los recursos interpretativos y escénicos. En tal sentido, hace su trabajo todo el joven equipo, aunque en algún caso –el mismísmo protagonista, aunque no el único-, se den muestras todavía de una deficiente formación vocal.
  Es obra demoledora, desesperanzada, donde el nuevo Edipo pasa de rebelde a oportunista ambicioso, con una amoralidad que resulta a veces entrañable, como resulta ser también su incesto perdonado dentro de ese anarquismo que el director y el actor estropean, con un exhibicionismo torpe e innecesario, que casi llega a irritar. Lo mejor son los personajes episódico, como el padre, la camarera, la madre: son todos excelente, con ese raro dominio de la expresión corporal, de la construcción de personajes –el director los lleva un poco al exceso, en su afán creador: son cosas de diletantes, y le sale por ello una farsa en lugar de un esperpento realista, agrediendo a veces incluso al texto-, pero Lucía Quintana, Natalia Hernández, Eva Trancón y el resto del reparto son, como suele suceder en estos excelentes ejercicios, la esperanza de la escena del rigor, de la vuelta al arte dramático que tan frecuentemente se ve depauperada en nuestra escena: abrigada con galanes viejos, modelos de pasarela, famosos de profesión y toda una turba de intrusos que tanto mal están haciendo al progreso de nuestra escena.
Enrique Centeno

Comida *

_________________________________________
Autora: Matin van Veldhuizen.
Traducción y dramaturgia de Ronald Brouwer.
Intérpretes: Trinidad Iglesias, Lucina Gil, Yoel Barnatán.
Escenografía: Manolo González.
Vestuario: Carolina Menéndez
Dirección: Natalia Menéndez.
Teatro: Círculo de Bellas Artes. (12.11.1999)
_________________________________________

Lo más terrible

 En realidad no se llega a comer en esta obra, a pesar de su título. Lo que ocurre es que hay una cena pendiente que nunca llegará a celebrarse, y que la ingestión es el referente común de estos personajes. Son tres hermanas, una de ellas bulímica; otra anoréxica, y la tercera alcohólica. Se han reunido para conmemorar el aniversario de la muerte de la madre, y entre ellas se adivina, desde el principio, una especial tensión. Hablan primero muchísimo, para que vayamos conociendo sus respectivas dedicaciones, su historia familiar –una de ellas es hija de distinto padre-, sus enfermedades, y cómo se enfrentan a ellas.
    Todo ello interesa poquísimo, porque el texto carece de sentido de lo teatral, resulta monótono, y no hay acciones o juego dramático que sustenten la larga conversación; ni el largo e injustificado monólogo con el que una de ellas abre la función, por muy bien que lo defienda Trinidad Iglesias, que hace un buen trabajo en toda la representación. De modo, que hay que esperar a los últimos momentos de la obra para que todo aquello se tensione y cobre un color y una textura teatral, que es lo que le falta a la autora (es holandesa, y no se percibe razón o motivo alguno para su traducción y puesta en escena, y es de esperar que pueda aprender muchísimo de esta representación, corregir notables defectos, y asumir que la escena precisa de recursos muy distintos a los de su prosa cuidada y literaria).
    La representación descansa, sobre todo, en el trabajo de las actrices. Ya se ha citado el buen hacer de Trinidad Iglesias, en tanto Lucina Gil y Yael Barnatán hacen con esfuerzo y discreción sus personajes, con cierta timidez y sin entrar al fondo de sus respectivos dramas. Aunque puede que el texto tampoco les permite mucho más. Esa sensación de que el original apenas ofrece mucho más para ell trabajo de dirección. Se ha encargado la actriz Natalia Menéndez, que no puede, durante cerca de una hora, limpiar acciones, centrar el género -que se debate entre la comedia y la tragedia, de modo confuso- o lograr el clímax en los diferentes momentos y las  situaciones que se van creando. Tampoco le ayuda una escenografía extraña, una especie de cubos o poliedros de tela metálica fríos e incomprensibles, sobre los que se ha colgado una gran máscara que alude a los distintos padres –culpables en el fondo, cómo no- de esta desintegrada familia.
       Es poco expresivo decir que una representación resulta aburrida, aunque hay casos en los que, como en éste, sería el adecuado adjetivo; lo más terrible que puede suceder en un espectáculo teatral. El tema y la situación prometen mucho más, pero, al parecer, la autora no ha querido hacerlo crecer, o no ha sabido: elementos dramáticos, acciones que rompan una larga unidad de acción, sería precisos para que las expectativas se cumplieran. Así resulta muy poquita cosa.
Enrique Centeno