sábado, 23 de junio de 2012

Baraja del rey don Pedro ***

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Autor: Agustín García Calvo.
Intérpretes: Lidia Otón, Alberto Jiménez, Carles Moreu, Ernesto 
Arias, Javier Vázquez, Gabriel Garbisu, Elisabet Gelabert, 
Josep lbert, Cristina Arranz, Miguel Cubero.
Vestuario: Baruc Corazón.
Espacio escénico y dirección: José Luis Gómez.
Teatro: La Abadía. (27.1.2000)
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Un monarca entre la justicia y la crueldad


Tiene  terribles palos esta baraja del rey don Pedro que da título a la ambiciosa tragedia que ha escrito García Calvo. Las espadas asesinas y las copas de la incontinencia en el beber y el amor, son quizá las que más se ponen de manifiesto. No parece exagerado el retrato, puesto que así se recoge la forma de ser de este rey, Pedro I de Castilla, en las crónicas de su tiempo y en las posteriores. El canciller Pedro López de Ayala señaló sus muchos asesinatos, que le dieron el sobrenombre de El Cruel, aunque también, por su dureza incombustible, se le llamó, curiosamente, El Justiciero.  “A cualquier mujer que bien le parecía –leemos de una de esas crónicas-, no cataba, que fuese casada o por casar; todas las quería para él”. Asesinado en Montiel a manos de su hermanastro, Enrique de Trastámara, la historia de este monarca representa, sin duda, la convulsión política y social de la Península en el siglo XIV.
García Calvo ha querido dar su propia interpretación del personaje. Y lo hace con un lenguaje conceptual, y lírico al mismo tiempo, en un tono shakesperiano grandioso, que con  la poesía se funden los versos  en  pasajes estremecedores. Aunque, desde luego, narrativamente presenta puntos oscuros o mal contados, algo que no le sucede al bardo inglés.
El director, José Luis Gómez, ha hecho una apuesta muy arriesgada en este montaje. Un escenario aparentemente vacío; un espacio circular, alrededor del cual se supone el exterior y  delimitado por elementos eficaces y simbólicos. Ha cuidado mucho el espacio sonoro, y se ha servido de una brillante iluminación de Solbes. Y allí, sirviéndose de ritmos y pausas, del entrenamiento físico y la expresividad muy trabajada por sus actores. Rechaza la utilización de mobiliario y atrezzo –el imprescindible, únicamente- e incluso de acciones secundarias que distraigan los parlamentos. Esta apuesta, este ejercicio de estilo, denota una especie de veneración por el texto, y sólo alguien con la sabiduría de Gómez podría correr semejante riesgo, y mantener una hermosa plástica.
Decíamos que hay un entrenamiento corporal casi explícito –las luchas o el impresionante momento de la orgía amorosa del rey con doña Toda y con su hija, serían los más notorios . Lo que  se valora, no es el trabajo de cada uno de los intérpretes –un reparto excepcional-, sino esa homogeneidad conseguida, desde “el Rey que no ríe” –eso se afirmaba-, interpretado por Ernesto Arias,  hasta el último de sus vasallos. Recibieron todos muchos aplausos al terminar la función del estreno, y salió el autor a saludar. En los agradecimientos de García Calvo, desde el escenario, mostró nuestro escritor esa misma incontinencia verbal, que creo yo se acusa en su texto. El cual, por cierto, obtuvo el Premio Nacional de Literatura Dramática de 1999, lo cual podrá parecer también excesivo a algunos.
Enrique Centeno

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