miércoles, 23 de noviembre de 2011

¿Qué hacemos con el chico? **

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Autor: Rafael Mendizábal.
Intérpretes: Manolo Codeso, Milagros Ponti, Marisol
Ayuso, Lorenzo Valverde, Emilio Morales, Marisol Atarés.
Escenografía: R. Villespín.
Vestuario: Grupo C.V.
Dirección: Manolo Codeso.
Teatro: Arlequín. (18.5.2000)
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El otro teatro
En realidad, esta obra, bajo otro título, De cómo Antoñito López, natural de Játiva, subió a los cielos, se estrenó hace diez años. Es un texto que su autor, Rafael Mendizábal, no debió nunca escribir y que, sin embargo, ahora repone con otro reparto y algunas leves modificaciones que no consiguen, naturalmente, remediar nada. Es Mendizábal comediógrafo de una fecundidad poco común, dotado también de unas especiales dotes para estrenar en nuestros teatros. Me atrevería a decir que es el nuevo Alfonso Paso de teatro burgués derechón y risueño. Como aquel pervertidor de la escena española de los años cincuenta y sesenta, Mendizábal reivindica esa especie de comedia a medio camino entre el sainete, la tradición populista ya casi inexistente, y los valores familiares y religiosos, obsoletos, que mezcla, en esta obra, con actuaciones heredadas de la revista y de la vieja comedia costumbrista.

Manolo Codeso
    No siempre lo hace así, todo hay que decirlo. Algunas de sus obras, como ¿Le gusta Shubert?, que fue su último estreno en Madrid, poseen una factura firme, un contenido más o menos polémico, una valentía al afrontar ciertos temas (la eutanasia). Como lo hizo en Mala yerba, que es, además, anterior a ésta que hoy comentamos. 
     En esta obra, Mendizábal inventa a un matrimonio esclerótico, que se supone de hoy pero que pertenece a la rancia cultura familiar del patriarcado y la sumisión, con la indefensa criada incluida e hijo tonto y sumiso. Es éste, el hijo, el que crea el conflicto cómico, porque resulta que se le aparece la Virgen y casi vive con ella en su habitación, ante el asombro y la incredulidad de todos.

Milagros Ponti
    La disparatada ocurrencia sólo tiene una salida para su escenificación, que sería el esperpento duro y puro, pero ni en su estreno de hace diez años, ni ahora, se ha conseguido ese género. En esta ocasión, el camino de la dirección –o supuesta dirección, de Manolo Codeso- se inclina, como es natural, hacia el camino de la revista, del sainete dislocado, y ello produce un efecto perverso hacia el texto: ese marido, esa esposa, la criada y los demás personajes accesorios, resultan mirados con el típico desprecio del astracán antiguo que incluso llega a molestar por sus esquemas reaccionarios.
    En el paisaje de antigüedades se mueven los actores, haciendo aspavientos, oponiendo sus orondos físicos -Milagros Ponti- a las menudencias de sus antagonistas –Manolo Codeso- o con burdas imitaciones andalucistas –Marisol Ayuso, tópica pero muy eficaz- o desdichados personajes secundarios de lamentables artes. En su día titulamos la crítica de este espectáculo en el mismo periódico –hace diez años, insistimos- como “El otro teatro”. Hoy hemos querido hacerlo de la misma forma. Y es probable que ese otro teatro, que se empeña en subsistir, continúe siendo el virus que impide el acercamiento de nuevos públicos a nuestras salas, que es la asignatura pendiente de nuestros escenarios.
Enrique Centeno

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