lunes, 29 de agosto de 2011

El alcalde de Zalamea *

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Autor: Calderón de la Barca.
Intérpretes: Roberto Quintana, Óscar Rabadan,
Jordi Dauder, Pepe Viyuela, Carmen del Valle,
Clara Segura, Fermín Casado, José Luis Santos, etc.
Vestuario: Mercè Paloma.
Escenografía: José Manuel Castanheira.
Iluminación: Quico Gutiérrez
Dirección: Sergi Belbel.
Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Teatro: La Comedia. (1.2001)
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Calderón, el bochorno

Parece que la idea genial de este montaje consiste en hacer hablar a los habitantes de Zalamea con acento entre extremeño y andaluz, en tanto el ejército lo hace en el imperialista idioma castellano (el director es catalán, y ésta una coproducción con el Teatre Nacional de Catalunya). De este modo, los inmortales parlamentos de Pedro Crespo y sus paisanos adquieren un aire regionalista y, en su artificiosidad, pierden el empaque del original. Los versos de Calderón no son los de Luis Chamizo.
    Como consecuencia de esta genialidad, se deforman los sonidos originales y se produce una flagrante manipulación de los mismos. Aliteraciones, timbres, sonidos dominantes del original, armonía fonética: todo lo que, como cualquiera sabe, tiene relación directa con intenciones y significados. Que este atentado se haga desde la Compañía Nacional de Teatro Clásico agrava aún más la cuestión, y por eso no es cierto lo que confiesa el director cuando afirma que ha respetado el texto íntegro, porque los sonidos cambiados o suprimidos debiera saber que son tambén el texto mismo, más aún en un monumento en verso como El alcalde de Zalamea.
    Hay muchos más errores, algunos derivados de lo mismo, como un Alcalde que parece sacado de un sainete de los Quintero, y que cambia la severidad, el rigor del personaje y su digno empaque, por un tipo cascarrabias, gruñón y gritón, malhumorado y prepotente. En realidad, casi todo el reparto es muy endeble: el movimiento coral no acompaña a Pepe Viyuela- el gracioso soldado-, que aun así tiene buenos momentos; la frescura y buen hacer de Carmen del Valle –lsabel, la niña violada con un inicio del famoso monólogo formidable-, debe luchar también para mantener el absurdo acento; a Jordi Duder –don Lope-, le resulta imposible mantener sus ingeniosas pláticas con el alcalde porque hay un choque de estilos que chirría.
    El bello espacio escénico, con materiales y texturas, hermosas, no se sabe para qué es, no ubica acciones, desconcierta en el juego, y que el director hace, además, muy pobre, con apenas acciones secundarias, con movimientos elementales; como si no existiesen ejes escénicos externos, ni tampoco impulsos internos en los personajes. En el recuerdo todavía aquel Alcalde que montó José Luis Alonso en este mismo escenario, el espectáculo produce verdadero bochorno.
Enrique Centeno


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