martes, 23 de noviembre de 2010

Mingus Cuernavaca ***

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Autor: Enzo Cormann (Trad.: Fernando Gómez Grande).

Música: Jean Marc Padovani Charles Mingus.
Intérpretes: Chete Lera, Carolina Sosas, Amaranta Osorio.
Músicos: Federico Lechner (Dirección y piano).
Saxo: Alberto Guío. Bateria: Nirankar Khansa.
Contrabajo: Tomás Nerlo.
Escenografía y vestuario: Elisa Sanz.
Dirección: Emilio del Valle (Teatro [in]constante).
Teatro: Cuarta Pared. (2.8.2006)
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Enzo Cormann (Nérac, Francia, 1953), es insuficientemente conocido en nuestros escenarios. Asistió a la desaparecida sala Ensayo 100,  y le conocimos en su estreno de Dickette, en 1999. Más tarde, en la sala Cuarta Pared, se representó Sigue la tormenta, en 2001. Traducido en ediciones no venales, se le considera uno de los veteranos autores de las nuevas tendencias francesas. A sus 45 años, había ya escrito una veintena de obras teatrales, como La passion del imsomniaque y el radiodrama Berlin, ton danseur est la mort ( Ed. Théâtrales, 1983), en la que ya aparecían referencias histórico-bélicas. Representa un teatro que está siendo enterrado en España.
    Del jazzista Charles Mingus, hace el dramaturgo una cierta invención o interpretación de sus últimos años en la ciudad mejicana de Cuernavaca, que eligió para esperar allí su muerte (1979) desde su grave enfermedad. Corman, apasionado por Mingus, escribió este drama entre su desesperación en soledad, y algunos diálogos con la enfermera que le cuidaba. Una obra concebida para convertirse en un teatro-jazz.
    El espectáculo produce al público, desde el comienzo, emoción. La escenografía es inundada por una iluminación de contrabajos donde se interpreta la composición que para esta obra creó Jean Marc Padovani, entre obras del propio Mingus. Y aquí, los músicos –dirigidos por Federico Lechne- forman una parte necesaria para el montaje.
Sobre su silla de ruedas, aquel tormentoso Mingus se agarraba a las cuerdas de su bajo y manchaba sus cuadros de pintura, luchando con un imaginado o esperado dios; de él se ocupan su enfermera, su bebida y la compañía de la muerte. Y rememora a sus mil inútiles mujeres, despreciando incluso a los espectadores de sus grandes conciertos. Va aumentando el drama, sería imposible lograrse sin un gran actor que, durante una hora de monólogos, pueda desde su silla de ruedas hacer temblar a las butacas: es Chete Lera, transformado para olvidarnos de él, y llegar a convertirse en Mingus, con su talento y su riqueza de interpretación. Una lección, a la que ayuda inteligentemente Amaranta Osorio –la enfermera-, y bajo la concha del estupendo director Emilio del Valle.
Enrique Centeno

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